A mis jóvenes estudiantes:
Hoy
quisiera poner a consideración de Ustedes algunas cuestiones acerca de la
convivencia en una institución donde se forman profesionales de la enseñanza.
No se trata de escribir un estatuto ni un reglamento, sino de plantearnos las
cosas que hacemos juntos, es decir de nuestras interacciones, de la forma en
que nos tratamos y tratamos el espacio educativo que compartimos, y de
establecer algunos acuerdos. Su sola enunciación nos está haciendo visible que
son acciones y actitudes específicamente humanas, subjetivas y por ende
sociales.
¡Hay! Dije la
palabra a la que tenía la intención de mencionar más adelante, pero,
bueno…vamos con ella: “subjetivas”. Entonces me copio: “acciones y actitudes
específicamente humanas”, es decir que conforman nuestra condición humana, a la
que también podemos llamar subjetividad.
Cada
uno de nosotros es un sujeto social, que comparte las formas culturales del contexto en que vive y/o de otros
contextos más amplios, mediante su integración con espacios virtuales. La
educación nos abre la posibilidad de participación en la cultura, por lo cual
somos a la vez sujetos pedagógicos.
Desde esta
condición humana de ser simultáneamente sujetos sociales, culturales y
pedagógicos, nos es posible construir nuestra subjetividad. Ser los que somos,
pudiendo compartir costumbres, creencias, valores y conocimientos pero pudiendo
también ser únicos, diversos entre nosotros.
Compartir
formas culturales, identificarse y ejercer la pertenencia a ellas, nos integra
desde la diversidad.
Tal vez se
estén preguntando cómo lograr la integración desde la diversidad, desde ser
distintos unos de los otros. Para esos están los acuerdos, los consensos, que
no significan postergar nuestra subjetividad,
mucho menos negar, ocultar o reprimir nuestras convicciones. Significa respetar
al otro, escucharlo, distinguir entre lo público y lo privado, asumir el
ejercicio socialmente responsable de la libertad.
La subjetividad
es una construcción social, mediados por los otros, por el entorno, por las
acciones educativas dentro y fuera de los espacios escolarizados, nos vamos procurando
ser los que somos.
Espacios
escolarizados. Los invito al instituto de formación docente, ¿es donde estamos,
no? Sí, sí, en un espacio escolarizado.
Permítanme
auto referenciarme por un segundo, pero creo que mi pregunta les compete
también a Ustedes. Si mediante las interacciones socioeducativas se construye
la subjetividad, los profesores hacia dónde apuntamos y aún, los jóvenes
estudiantes, hacia dónde apuntan. Hagamos la diferencia entre ser sujetos de
derecho, o ser sujetos sujetados a la norma impuesta. Aquí radica una de las
diferencias entre un estatuto, un reglamento o plurales acuerdos de
convivencia.
Tienen todo el
derecho de elegir, pero desde mi lugar yo les propongo la búsqueda de acuerdos.
Hagamos una
adaptación al viejo adagio: Lerner propone y los alumnos disponen.
Los
espacios del instituto: son todos de Ustedes, los pasillos, el vestíbulo,
los corredores, el salón de usos múltiples, las aulas, la biblioteca, el
pequeño despacho de las fonoaudiólogas, la fotocopiadora, el kiosco de comidas
y bebidas. (Eso sí, por favor,
no nos invadan la sala de profesores, a menos que ocurra una verdadera
emergencia)
Les pertenecerán y los
disfrutarán en la medida en que les otorguen significaciones, es decir, qué
sentido tiene estar en cada lugar, para qué, que hacemos en cada uno, que valor
le damos a cuanto hacemos allí, que utilidad le reconocemos, cuánto gusto (o
disgusto) no produce habitarlo e interactuar en él.
Hacer consciente qué
significa estar en cada lugar, lo va a convertir para cada uno, en un espacio percibido
y vivido más allá de un simple espacio físico.
Junto con el proceso de
asignar significados, se irán entretejiendo lazos emocionales que les irán
despertando afecto no sólo por el lugar, sino también por las personas que con
quienes los comparten; chicos y chicas, todas ellas y todos ellos, compañeras y
compañeros, profesores, directivos, preceptores, fonoaudiólogas, porteros,
kiosqueros y fotocopiadores.
En la medida de las
significaciones surgirá la apropiación y en la medida de la apropiación vendrá
la valoración y el cuidado.
Muchos de ustedes han
concurrido al Jardín de Infantes y todos han transitado por la Educación
Primaria y Secundaria. En estos niveles anteriores a la Educación Superior, ya
les enseñaron sobre el cuidado de la
limpieza. Algunos lo habrán incorporado, otros medianamente y hasta habrá
quienes hicieron caso omiso. Pero en este tramo de su formación, entramos a la
idea de cuidar los espacios a partir de las significaciones y los afectos.
Pongo mi voto de confianza en Ustedes, por eso creo que un
acuerdo en este sentido es posible:
Busquemos los significados de los espacios que ocupamos, cuidemos
lo que queremos, lo que tiene un sentido válido y por tanto nos es propio.
"Todos los espacios del instituto les pertenecen"
Los
vínculos: habitualmente cuando se hace referencia a los
vínculos es frecuente mencionar ejemplos, en lugar de definirlos. Buscamos
definirlos, pero recurrir a un ejemplo para lograrlo, en nuestro caso puede ser el inicio
de un buen recorrido.
Nuestros
vínculos en una institución formadora de profesionales de la enseñanza tienen
como actores principales a los alumnos y a los profesores, dado que son los que
establecen relaciones directas y específicas entre los que están en proceso en
formación y los formadores.
Los
propósitos válidos y necesarios para establecer tales vínculos es el acceso al
conocimiento. ¿Qué sentido podrían tener nuestros encuentros en el instituto
que no fuera adquirir los conocimientos necesarios para el futuro desempeño de
la profesión, en el caso de los alumnos, y facilitarles dicho acceso, en el
caso de los profesores?
En
beneficio del logro de los objetivos de ambas partes, nuestros vínculos deben
ser amigables. A este ejemplo vamos a recurrir en la búsqueda de su definición.
La
amistad es un término muy amplio, por lo que necesitamos acotarlo. Alumnos y
profesores no somos esos amigos que pasan horas charlando de generalidades,
haciéndose confesiones íntimas y privadísimas, planificando la salida del fin
de semana, haciéndonos cómplices en alguna travesura y etc…podríamos hacer una
larga enumeración de cosas que hacen los amigos, sin
olvidar que muchas veces los amigos nos ayudan a tomar decisiones importantes,
o que mantenemos con ellos conversaciones muy profundas.
He
usado la redondilla porque se trata de
aspectos tangenciales entre la amistad en general entre las personas y la
amigabilidad que se entabla entre alumnos y profesores. Nosotros somos amigables en términos de compartir el conocimiento, de
mostrarnos mutuamente y con sutileza los errores cometidos de ambas partes, (con
lo cual nos reconocemos como seres humanos que podemos equivocarnos), de darnos
al diálogo con honestidad, de sernos sinceros evitando el engaño, de ofrecernos
un trato cordial. Estos términos nos van
a permitir tenernos confianza mutua, convivir construyéndonos
socialmente, educándonos en la reciprocidad propia del humanismo.
De
tal modo nos vamos a respetar unos a otros.
Pongo mi voto de confianza en
Ustedes, por eso creo que un acuerdo en este sentido es posible:
Podemos compartir el conocimiento,
convivir construyendo nuestra subjetividad y construyendo a la vez un clima
amigable de trabajo creativo.
“Nuestros
vínculos al interior de una institución formadora de docentes, pasan por el
conocimiento y la cordialidad.”
La
ciudadanía: Para abordar a una buena enseñanza conjugamos los
conocimientos con los valores, dicho esto sin descuidar que los seres humanos a
partir de nuestra racionalidad podemos aprender tanto lo bueno como lo malo. No obstante en los
espacios escolarizados sólo “debería” primar lo bueno, lo que construye, lo que
produce el mejoramiento de las condiciones de vida, lo que nos hace mejores
permitiéndonos convivir evitando perjudicar a los demás, ejerciendo los valoras
socialmente acordados, en suma todo cuanto enriquece nuestra subjetividad y nos
hace mejores personas.
Nótese
el condicional “debería”. Puede ocurrir que en la cotidianeidad de la vida
escolar nos encontremos con ejemplos que
representan todo lo contrario de una buena enseñanza. No es necesario que nos
detengamos aquí a hacer una larga reflexión sobre la condición humana y las
múltiples motivaciones que alejan a algunos, en algunas circunstancias de las
prácticas sociales valederas. Sin embargo es relevante que vayamos viendo que
no todo es ideal, ni idéntico a las situaciones de libro y a las sanas
intenciones que impulsamos desde posiciones teóricas y bien intencionadas. Estos
aspectos de la vida entre personas interactuantes que desvían de las actitudes
aceptables, también los encontramos en nuestra vida diaria, en los medios
masivos de comunicación, nos las presenta el cine, en suma que alcanza con una
mirada atenta a la realidad para encontrarlas.
De
este “debería” podemos recortar dos cosas: una que la realidad no es la
idealidad, no todo es como quisiéramos o como “debería” ser. Otra que no nos
debe llevar al desánimo sino al desafía de ir cambiando, recuperando el
humanismo. Convengamos en que la tarea de mejorar la convivencia social no es
exclusiva de los docentes, pero sí, que nos toca gran parte de esta
responsabilidad.
Desde
las escuelas no sólo transmitimos conocimientos, prácticas y valores dado que al hacerlo estamos transmitiendo
también ciudadanía. Nuestro compromiso es formar ciudadanos que quieran y sepan
insertarse positivamente a las tramas sociales. Claro está que nadie puede dar
lo que no tiene, por lo tanto empecemos por formarnos profesionales de la
enseñanza lo suficientemente responsables éticamente como para ejercer y
propagar los principios básicos de una ciudadanía pensante, crítica,
constructiva.
Pongo mi voto de confianza en
Ustedes, por eso creo que un acuerdo en este sentido es posible:
Mientras transitan por la formación docente dirijan sus
intenciones y sus acciones para ser parte de una ciudadanía en favor del bien
común. De tal modo podrán desarrollar
como estudiantes buenas prácticas de aprendizaje y en el futuro las buenas prácticas
de la enseñanza.
“La tarea docente como expresión de ciudadanía consiste en ir reduciendo, en la
medida de lo posible, todos los “debería” y a través de la praxis educativa
conjugar las acciones y las reflexiones en favor de las transformaciones”