miércoles, 30 de junio de 2021

Cómo aproximarnos al conocimiento de Historia y Prospectiva de la Educación

 

¿Cómo aproximarnos al conocimiento de la Historia y Prospectiva de la Educación?

Si preguntamos qué es la historia será difícil ponernos de acuerdo y coincidir en una respuesta única. Lo mismo nos ocurrirá si tratamos de averiguar cómo han considerado a la historia los distintos pueblos. En este caso veríamos que en las diferentes respuestas gravitan de manera directa las concepciones dominantes en las diversas épocas y las características de cada una de las sociedades.

Perazzo, Kuc y Jové

 

Todos los procesos educativos se  sitúan  en las encrucijadas entre  un   tiempo y un espacio, por lo tanto para comprenderlos, según Puiggrós (1990)

“Se requiere construir una teoría de la educación que explique la relación entre los procesos educativos  y sus condiciones de producción histórico-sociales a la vez que aclare la especificidad de lo pedagógico”

Para construir una teoría de la educación de las características enunciadas por Puiggrós, debemos reconocer, en principio, la existencia de relaciones entre los procesos histórico- sociales y los procesos educativos, porque ambos se producen en un determinado contexto. En tal sentido son coincidentes en lo referente al tiempo y el espacio en que transcurren y a las condiciones en que cada uno de ellos se produce. Luego, es preciso analizar las cualidades específicas de dicha relación.

Si se pretende comprender en toda su dimensión la historia de una sociedad, es necesario acceder al conocimiento de su cultura y desde allí analizar las características de la educación que sustentan.

De igual modo si se quiere comprender la  educación creada y sustentada en un contexto histórico y territorial, es necesario analizar los procesos sociales en que tuvo lugar.

Coincidentemente Alliaud (2007) nos dice: “

Al trabajar con temas del campo cultural y educativo, se debe tener presente que los procesos que en su interior acontecen no pueden ser comprendidos sin considerar la totalidad social como complejo indisoluble “

Podríamos mirar hacia esta dialéctica buscando respuestas a múltiples e inacabables listas de interrogantes. Por ejemplo ¿Por qué los caballeros medievales eran analfabetos? ¿Por qué los sistemas educativos nacionales se consolidaron en el siglo XIX? ¿Por qué la  postmodernidad desafía la gramática escolar moderna? Etc.etc.

Sin embargo, no siempre nos vamos a encontrar con que estas relaciones son  unívocas, ni tienen porque ser de concordancia, consenso y continuidad. No es que a tales procesos histórico- sociales, les corresponde tales o cuales procesos educativos, en un mismo contexto. No siempre ambos procesos suceden en armonía, sino que muchas veces ocurren contradicciones. La mencionada relación unívoca implicaría una estricta homogeneidad de pensamiento y acción entre todos los miembros y sectores de una sociedad porque como sabemos, las tramas sociales son ampliamente heterogéneas, lo que da lugar a contradicciones, desarmonías, discontinuidades y rupturas, pero también, en ciertos períodos, a continuidades y acuerdos.

Nuestro temas es la educación puesta en contextos históricos- sociales, a la que debemos aproximarnos desde el lugar de entender que no siempre se trata de procesos lineales ni de relaciones unívocas, entre dichas  condiciones histórico sociales de producción de los proceso educativos y viceversa.

Volvamos a la mirada a esta dialéctica:

 “La educación sólo es explicable como una organización particular del conjunto de los procesos sociales y, aunque los discursos pedagógicos tengan su propia lógica y su propia organización, no son ajenos a aquellos procesos que actúan necesariamente como sus condiciones de producción. A su vez la educación es condición de producción del transcurrir, cambiar, reproducirse de otras formas del quehacer social” (Puiggrós, 1990)

En cuanto a las condiciones de producción entre ambos procesos, hay que aclarar que pueden dar origen a antagonismos, contradicciones y/o articulaciones, que en el caso de la educación le dan carácter histórico –social.

Desde tal carácter coincidimos con Puiggrós cuando afirma que “los procesos educativos no son carentes de caos. No todas sus experiencias forman parte de procesos que se continúan, de sistemas más amplios, o que se articulan coherentemente con otros procesos sociales.” (Puiggrós, 1990)

Los procesos educativos, como todos los procesos sociales, están sobre determinados por factores varios y diversos  de la cultura en su totalidad, como por ejemplo la economía, la política, las creencias, las ciencias, las artes, la temporalidad y la territorialidad. Todos estos factores son gravitantes respecto del desarrollo de los procesos educativos a los que Puiggrós reconoce como “no carentes de caos”.

Este caos, puede interpretarse desde la relación entre los procesos sociales y la educación partiendo de concebir a ésta  últimos como una práctica social compleja que:

“Se desarrolla en el marco de condiciones de producción tales como procesos de reproducción y/o transformación de relaciones sociales de producción y otras luchas políticas, sociales, culturales, étnicas, genéricas, etc.” (Puiggrós, 1990)

La comprensión de esta  práctica social compleja, que es productora, reproductora y transformadora de sujetos, requiere considerar al menos dos de sus dimensiones. Una dimensión macro conformada por el sistema educativo, y una dimensión micro, constituida por las prácticas educativas.

En cuanto al sistema educativo, no perder de vista que su organización depende de un Estado, y lo hace desde los lineamientos político-partidarios del sector que lo gobierna y que no representa la ideología y por ende los intereses de la totalidad de su ciudadanía.

 En general los funcionarios responsables de las gestiones de gobierno sostienen intencionalidades que  subyacen en la asignación de las funciones que desde el Estado le asignan a la educación, dependiendo de quienes  lo gobiernen, a la vez que se establece el tipo de relación entre la sociedad y el sistema educativo, lo cual impacta directamente en la definición del tipo de ciudadano que convenga formar, de acuerdo a sus intereses político-partidarios.  

En esta dirección puede afirmarse que el Estado argentino es uno, que  las instituciones que lo integran perduran o se crean otras, pero en cada contexto histórico, en cada gestión partidaria, se desarrollan estrategias que le otorgan perfiles propios, no siempre de continuidad con políticas anteriores, no siempre con la conformidad de todos los sectores sociales, generando tensiones en lugar de consensos.

 En cuanto a la dimensión de las prácticas educativas llevadas a cabo por las y los docentes y las y los alumnos, su carácter más visible es el de la diversidad, signada por la pluralidad de ideas y posturas.

Freire (2004) refiriéndose a la direccionalidad de la educación dice:

 

“No hay situación educativa que no apunte a objetivos que están más allá del aula, que no tenga que ver con concepciones, maneras de ver el mundo, anhelos, utopías.”

 

Esta afirmación de Freire vale tanto para educadores, como para educandos en su condición de elementos básicos de la situación educativa, ambos protagonistas de la Historia y Prospectiva dela Educación, que no ocupa.

Protagonistas también de las prácticas educativas en la cotidianeidad de las aulas, donde se entreteje un fenómeno social en el cual ni todos aprenden y enseñan igual, ni tienen los mismos intereses y necesidades. En esto reside el origen de las contradicciones, las desarmonías, las rupturas, incluso las posibilidades de encontrar cuestiones en común, a pesar de las diferencias al interior de cada aula, de cada práctica educativa. En esto reside también la variedad de relatos de los protagonistas elaborados desde concepciones y de prácticas diferentes, similares u opuestas.

Desde nuestro lugar de inquisidores de la Historia y Prospectiva de la Educación, analizar la sobredeterminación, las rupturas, continuidades y contradicciones de su andamiaje conceptual, nos permitirá m como lo dice Puiggrós:

“Su relato y las intervenciones de los niños y jóvenes que crecen en el siglo XXI, tal ver me permitan comprender tanto los vínculos como los elementos irreconciliables, que existen en las estampas históricas que han poblado las escuelas argentinas”  ( Puiggrós, 2003)

Esta afirmación de Puiggrós vale para la historia de la educación de la humanidad.

Bibliografía:

-Alliaud, Andrea (2007) Los maestros y su historia. Los orígenes del magisterio argentino, Bs. As. Granica

 -Freire, Paulo (2004) El grito Manso, Bs. As, Siglo XXI editores Argentina

-Perazzo, S. Kuc, N. Jové, T. (1884) Historia de la Educación y Política Educacional Argentina, Bs. As. Humanitas.

-Puiggrós, Adriana. (1990) Historia de la Educación Argentina. Tomo I Sujetos, Disciplina y Currículum, Bs. As, Galerna

- Puiggrós, Adriana (2003) Qué pasó en la educación argentina, Bs. As. Galerna

jueves, 1 de abril de 2021

 El período oligárquico liberal 

Ficha de cátedra

Producción de la Prof. Susana Lerner

Año 2014- Revisión 2021

 

“…los educadores públicos son funcionarios dependientes de un ministerio que decide tanto sobre los principios como sobre sus aplicaciones, al no tener la posibilidad de apoyarse en una ciencia de la educación suficientemente elaborada como para responder a las innumerables cuestiones que se plantean cada día y cuya solución es abandonada al empirismo o a la tradición.”

                                                   Jean  Piaget

 

 

El período oligárquico liberal

 

1- Introducción

          Siendo la educación una función pública, le corresponde al Estado organizarla sistemáticamente, financiarla y ser garantía de calidad. En términos generales su finalidad básica consiste en la formación de la ciudadanía. Este último punto es el más cambiante y discutido, porque cada gestión de gobierno le imprime su sello.

          Cada elenco gobernante en función de sus intereses político partidarios, le asigna al Estado características propias poniendo en marcha un sistema económico, un modo de producción, un sistema financiero, la interpretación e implementación del sistema jurídico, un sistema de salud pública, una forma de distribución o concentración de la riqueza y la pobreza,  entre otros. Tales características se hacen visible a los gobernados porque afectan (para su beneficio o su perjuicio) su vida privada, sus derechos y obligaciones, su economía familiar, su poder adquisitivo.  Del mismo modo establece sus políticas educativas que implementa a través del sistema educativo y que al igual que el resto de las políticas  impactan sobre la sociedad en su conjunto y en los proyectos personales de cada uno, aunque son menos visibles. 

          Interesa distinguir lo más visible de lo menos visible a la conciencia de la ciudadanía, a efectos de tratar de develar qué funciones se propone hacerle cumplir al Estado cada proyecto político partidario que accede al ejercicio del poder.  En nuestro caso interesa hacer visibles las funciones asignadas  a la educación, entendida como sistema público. Para ello es pertinente comparar  la economía y la educación, porque de estos dos sistemas el económico hace visible su relación con la sociedad, pues se comprende rápida y fácilmente si el dinero alcanza o no alcanza, si se tiene o no un empleo que lo provea, si las políticas implementadas facilitan o no el acceso al consumo. En el mismo sentido se hace visible la relación entre los niveles de ingresos y el acceso a las oportunidades educativas. En general los funcionarios responsables de las gestiones de gobierno, que tienden a sostener y afianzar la desigualación social, no suelen expresar en forma clara y directa y  clara la intencionalidad ideológica con que se orientan las políticas educativas. Sin embargo, no hace mucho tiempo escuchamos en la Argentina, una denostada declaración  oficial sobre “los que cayeron en la escuela pública”.

          En dicha intencionalidad subyace la asignación de funciones que desde el Estado se le asigna a la educación, dependiendo de quienes  lo gobiernen, a la vez que se establece el tipo de relación entre la sociedad y el sistema educativo, lo cual impacta directamente en la definición del tipo de ciudadano que convenga formar, de acuerdo a sus intereses político-partidarios.  

          En esta dirección puede afirmarse que el Estado argentino es uno y las instituciones que lo integran perduran y se crean otras, pero en cada contexto histórico, en cada gestión partidaria, se desarrollan estrategias que le otorgan perfiles propios. 

 

2- Brevísimo recorrido histórico

 

La generación de mayo enfrentó el desafío de independizar el Virreinato del Río de La Plata de España, su metrópolis, iniciando para ello el camino de la revolución. Sin embargo no se contaba con un acuerdo ideológico ni metodológico para lograrlo, entre sus principales actores: revolucionarios republicanos, de inspiración iluminista  algunos, pero conservadores otros, hubo enfrentamientos que dificultaron el proceso. No obstante se logró una formal declaración de la independencia que no alcanzó para instaurar un Estado Nacional de corte definido, pero se  constituyó en su origen.

          A la  generación del 37,  le tocó enfrentar otro tipo de conflictiva de raigambre al interior de una sociedad que buscaba su perfil nacional.

 

“En el plano cultural, ha surgido la Generación del 37, considerada como el primer movimiento intelectual animado de un propósito de interpretación de la realidad argentina que enfatizó la necesidad de construir una identidad nacional”[1]

 

Tal intencionalidad se expresa en sus producciones literarias encuadradas en el Romanticismo y en la aparición de los primeros escritos pedagógicos.

          Convivieron, o más precisamente confrontaron, estos románticos con quienes entendieron que la identidad nacional requería de la previa consolidación de la soberanía nacional. El obstáculo ya no era España, sino otras potencias como la Gran Bretaña y la Francia.

 

Adriana Puiggrós  utiliza la palabra “vacilaciones”[2] para hacer referencia a las alternativas sufridas para definir el sistema educativo después de Caseros.

 

  En 1836 Rosas entregó la administración de la educación a los jesuitas. En 1844 emitió un decreto por el que transfirió la dirección de la educación al Ministerio de Gobierno, impuso un severo control a la actividad de los docentes extranjeros, en particular a los franceses y españoles y obligó a las escuelas públicas y privadas a practicar los rituales federales.

Al retirar el financiamiento a la educación pública su principal argumento fue la necesidad de destinar fondos para sostener la guerra contra los invasores extranjeros siendo su máxima expresión el combate de Obligado contra la flota anglo-francesa en 1845. 

Luego de Caseros, en 1853 se restituyeron al presupuesto del Estado de Buenos Aires las partidas destinadas al mantenimiento de la educación pública, aunque sujetas a nuevas vacilaciones. En principio se creó el Ministerio de Instrucción Pública que luego fue reemplazado por un Departamento de Primeras Letras dependiente del rectorado de la Universidad de Buenos Aires, sin embargo finalmente se optó por confiar la dirección de la educación a un Departamento de Escuelas para cuya jefatura se designó a Sarmiento en 1856.

Reafirmamos la noción de “vacilaciones” pues tres tipos de organismos en sólo tres años, no pudieron ser garantía de consolidación de un sistema educativo. No es tema específico de este trabajo, pero conviene recordar que las vacilaciones no fueron exclusivas de las cuestiones educativas. El proceso de organizar jurídicamente la sociedad mediante la configuración de un Estado definido con una direccionalidad política fue objeto de procesos similares. La dirigencia política sostuvo contradicciones, las diferencias entre centralistas y federales no estaban resueltas aún en forma definitiva (faltaba por ejemplo la batalla de Pavón -1861, sólo por nombrar un hito en nuestra historia) y  se planteaban por eso líneas de acción diversas, de las cuales en este espacio sólo nos ocuparemos de las relacionadas con la educación pública.

 

Si bien prevalecieron las ideas liberales existieron diferencias en cuanto a las formas de concebir las relaciones entre el sistema educativo y la sociedad, en particular en relación con las oportunidades educativas disponibles para una población sectorizada. Tanto en las decisiones, como en las acciones y en la construcción del discurso, desde la conducción del Estado hubo diferencias.

En un recorrido brevísimo nos situamos en la llamada Organización Nacional y recordamos las presidencias: Bartolomé Mitre (1862- 1868); Domingo F. Sarmiento (1868-1874); Nicolás Avellaneda (1874-1880) Julio A. Roca (1880-1886)…

          Después de la batalla de Pavón, según fue escrito en la historia oficial, se consolidó la “unidad nacional”, aunque habría mucho más para decir sobre esta victoria. En este espacio es dable no problematizar la cuestión[3] pero compartimos con Adriana Puiggrós

 

          “…y abrió las puertas para el proyecto pedagógico centralista de la oligarquía liberal”[4]

 

 

3- La educación pública en el proyecto oligárquico liberal

 

          “El desarrollo de la educación en este marco cumplió más que una función económica, una función política. Si bien la educación cumple un papel político en toda sociedad y en toda época histórica, en la medida que a través de ella se realiza el proceso de socialización de las nuevas generaciones dentro del marco de referencia de la cultura dominante (…) en cada período y lugar determinado ese papel político asume formas particulares. En el caso que aquí nos interesa el sentido de la educación tiene varias connotaciones, todas ellas de similar importancia.

En primer lugar, la difusión de la enseñanza estaba ligada al logro de la estabilidad política interna (…) se pensaba que la educación, en la medida en que difundiera masivamente ciertos principios, contribuiría con eficacia en la tarea de eliminación de los focos de resistencia al gobierno central que permanecían, especialmente, en el interior del país.” [5]

 

          A pesar de tratarse de un proyecto político consistente, sólidamente acordado por los sectores que detentaban el poder en la Argentina,  hubo algunas diferencias en su interioridad. Mitre destacaba la importancia de educar a las futuras clases dirigentes  por lo cual mostró su preocupación por la educación secundaria y universitaria. Se trataba de formar una minoría inteligente, ilustrada, capacitada para asumir la conducción de país, pero minoría al fin, con claras intenciones elitistas. “…El saber condensado en determinado número de individuos obre sobre la masa de la ignorancia…”[6]

 El discurso de Mitre al Congreso de la Nación es muy ejemplificador al respecto. En cuanto a las acciones y decisiones baste recordar que durante su presidencia fundó el Colegio Nacional Buenos Aires, sobre la base del antiguo Colegio de Ciencias Morales y decretó la fundación de instituciones de iguales características y  planes de estudio en Catamarca, Tucumán, Mendoza, San Juan y Salta.

 

 Mediante la función política de la enseñanza  “…se tendió a formar un tipo de hombre apto para cumplir papeles políticos, excluyendo otros objetivos, tales como el de formar un hombre apto para las actividades productivas. Al fijar de esta manera su objetivo, la enseñanza se convirtió en patrimonio de una élite porque el personal político que admite cualquier sistema, y más un sistema oligárquico como el de entonces, es necesariamente reducido.

Esta característica- la de estar destinada a perpetuar en una élite las funciones directivas de la sociedad –es la que permite hablar de la educación argentina del siglo pasado como de una educación oligárquica.[7]

 

          En lo que respecta a las diferencias, Sarmiento por su parte puso su acento en la educación básica desde los inicios de su vida pública, tanto en su exilio en Chile como en todas las gestiones de gobierno que desempeñó en su país. Ya para 1850 cuando publicó su autobiografía “Recuerdos de Provincia” decía:

 

          “Desde niño he enseñado lo que sabía a cuantos he podido inducir a aprender.”[8]

 

En 1853 cuando en Santiago de Chile se convocó a un concurso buscando un proyecto organizador de la instrucción primaria de ese país, Sarmiento respondió a tal convocatoria, escribiendo su libro “Educación Común” en el cual decía:

 

          “La limosna que socorre la necesidad del momento, sin curar la incapacidad de trabajar, se ha convertido en ese vasto sistema de escuelas, que cubre hoy los Estados cristianos, y organizándose en contribuciones para su sostén. La prueba es que donde las escuelas abundan escasean los mendigos, porque se ha acudido a la fuente de la miseria. Pero ni aún la limosna dada al necesitado exonera del deber de patriota de ayudar a la mejora moral, intelectual e industrial de sus conciudadanos, como la parte de la humanidad sobre la cual debe extender su acción”.[9]

 

En cuanto a sus acciones y decisiones referidas a promover la educación pública primaria, se podrían completar muchas páginas. No obstante, abona nuestra cuestión hacer presente que en ejercicio de la Presidencia de la República , siendo su Ministro de Justicia e Instrucción Pública Nicolás Avellaneda, el único proyecto que pudo sostener fue precisamente el de la Educación Pública.

Es pertinente recordar que inspirado en el modelo estadounidense, uno de sus  planes en cuanto a políticas públicas, era la implementación de una forma de distribución de la tierra que daría origen a un país de granjeros (farmers) intentando generar relaciones más cercanas a la  igualdad entre los habitantes.

 

          “Pero en su propia nación jamás se realizaría la construcción de un país de granjeros, debido al régimen de apropiación latifundista de la tierra. (…)

          Ausentes en la realidad argentina de su tiempo el reparto de la tierra y la participación  republicana en la política, del proyecto Sarmiento sólo quedará en pie (aunque como un satélite sin su planeta) el proyecto de la educación pública.” [10]

 

         

          En cuanto a este proyecto, cabe recordar la fundación en 1870 de la Escuela Normal de Paraná, primera en su género formador de formadores y prueba suficiente de la preocupación de Sarmiento por disponer de personas capacitadas para la función docente. Entre 1870 y 1896 se fundaron treinta Escuelas Normales que reprodujeron el modelo de Paraná, cuya esencia multiplicada, aunque con algunas variaciones impuestas por modificaciones en los contextos históricos, prevaleció hasta 1969 cuando la formación de maestros para la educación primaria pasó a integrar el actualmente amplio espectro de la Educación Superior. 

          Volvamos al análisis de las diferencias al interior del proyecto oligárquico liberal. Si bien las posiciones de Mitre y de Sarmiento se centraban en intereses diversos, uno en la formación de élites y el otro en la distribución más o menos generalizada de la alfabetización básica, esto no fue causa de enfrentamientos entre ambos. Ni Mitre negaba la necesidad de la educación básica ni Sarmiento menoscababa la educación media ni la universitaria. Se trataba de una cuestión de prioridades, pero que en el fondo sustentaban la misma función social que este Estado de corte oligárquico le asignaba a la educación: la de  mantener al conjunto social estratificado, diferenciado en sectores, con restricciones de acceso al conocimiento a las capas populares que a su vez garantizaba la situación de privilegios económicos y políticos a los sectores  oligárquicos.

 Las presidencias de Avellaneda y Roca  dieron continuidad al proyecto con algunos avances en materia educativa como la Ley de Educación Común de la Provincia de Buenos Aires en 1875, la ley 1420 en 1884, de educación primaria, obligatoria, gratuita y laica y la Ley Lainez en 1905, que proponía la fundación de escuelas primarias a cargo de la Nación, allí donde fueran necesarias y las  provincias no dispusieran de los recursos necesarios para crearlas.

No obstante ninguna de estas  decisiones legislativas cambió el carácter elitista, estratificador y por ende desigualador de la función social de la educación en el período.

Como lo explica Adriana Puiggrós en una obra que ya hemos citado “¿Qué pasó en la educación argentina? “…la oligarquía detentaba el poder político, sustentaba el modelo agroexportador y concebía a la educación como el ámbito apropiado para imponer el orden (su orden) al resto de la población: peones de campo, artesanos, obreros y un sector de inmigrantes que habían logrado configurarse como una clase media con aspiraciones progresistas.”

 

          Frecuentemente se lee en la bibliografía especializada que durante el período que nos ocupa se asignó a la educación pública la función de ser igualadora social, en particular por la obligatoriedad impuesta en la Ley 1420, limitada por cierto a la educación primaria. Si bien es cierto que se buscó integrar culturalmente a los hijos de inmigrantes a la vez que alfabetizar a los hijos del país, también es cierto que faltaron igualdad de oportunidades en los estratos bajos, pues el requerimiento de mano de obra infantil de las economías regionales y la demanda de los dependientes y mandaderos (los “che pibe”) en los centros urbano, generaron la deserción escolar temprana. También es cierto que esta Ley sólo tuvo ámbito de aplicación en la Capital Federal y en los Territorios Nacionales dejando a las provincias libradas a sus propias legislaciones, ahondando así las diferencias.

El nivel académico de los programas de estudio y de la propuesta editorial no impactó favorablemente en los sectores populares, porque difícilmente los hijos de los trabajadores de escasos recursos, terminaban los estudios primarios, debiendo incorporarse tempranamente al mercado laboral en situación de precariedad.

El límite de la obligatoriedad al nivel primario, significó la restricción del acceso a las oportunidades educativas de los sectores de bajos recursos, por motivos económicos y culturales, así como la deserción temprana de dichos sectores, configuraron un sistema educativo promotor de la desigualación social, reafirmado además por la naturalización de las diferencias que legitimaba un modelo de concentración de la riqueza por un lado y de la pobreza por otro, sostenida por la función moralizadora que se le asignó a la enseñanza elemental (hoy llamada educación primaria) consistente en  mantener a las clases populares en situación de aceptación de la marginalidad socioeconómica y cultural. 

 

4-No faltó fundamento filosófico, ni razones económicas

 

          A mediados del Siglo XIX Augusto Comte (1798 -1857) había fundado en Francia el Positivismo, del que podemos hablar en nuestro país, recién hacia 1880, como un pensamiento diferente y ciertamente enfrentado al romanticismo.

          A la generación del 80 le correspondió la organización del Estado Nacional, liberal, moderno y que como tal asume la responsabilidad de la educación pública. Si leemos al Prof. Tedesco, encontramos:

 

“…existe una difundida imagen acerca del pensamiento pedagógico en los orígenes del sistema (1880-1900) que adjudica una hegemonía muy fuerte del positivismo y asocia la influencia positivista con el conjunto de rasgos que el sentido común pedagógico atribuye al sistema educativo tradicional.”[11]

 

Hemos visto ya que la oligarquía instaló un estado de ideología liberal, conveniente a un modelo de producción agroexportador y un sistema educativo que a partir de la generación del ´80 toma perfiles predominantemente positivistas,  asociado al darwinismo social que cumplía eficazmente con la función de instaurar y sostener la estratificación social que este Estado le asignó al sistema educativo, más relacionada a lo político que a lo económico.

 

“Sin embargo, el hecho de que la función principal de la educación no haya estado dirigida linealmente hacia lo económico no significa que la escuela no desempeñara ningún papel en ese sentido” [12]

 

El modelo económico demandaba mano de obra con escasa calificación. Para desempeñarse como peón de campo, dependiente de almacén, artesano u obrero, no se necesitaba una capacitación previa a la que tuviera que responder el sistema educativo; tampoco en cuanto a la industria, pues   la mano de obra empleada  en este sector  no requería de  capacitación técnica, sobre todo considerando que para la reducida demanda de calificaciones laborales técnicas y profesionales los industriales  argentinos se nutrían de personal traído de Europa, ya formados en cada especialidad.

No obstante Filmus (1999)  expresa que la escuela desempeñó algún papel en relación con la economía. Puede entenderse que éste consistió en plasmar la estratificación social e  instalar una ideología que legitimaba las diferencias, sin faltar un componente paternalista pues distribuyó entre los sectores populares contenidos culturales básicos, mínimos y homogéneos mediante el nivel de estudios primarios, por lo cual resulta más acertado pensar este proceso desde la masificación que desde la igualación. Dicho esto sin olvidar  que en los referidos sectores populares no todos accedían a los estudios primarios, ahondando las diferencias y por ende abonando los privilegios en  favor de una clase dirigente atendida por las clases bajas, a muy bajos costos.

En lo referente al acceso a la educación primaria de los estratos más bajos de la sociedad, según los análisis de Alliaud [13], al sancionarse la Ley 1420 en 1884 sólo el 25% de los niños en edad escolar primaria asistían a la escuela. Para 1892 la población escolar primaria había ascendido sólo al 50%de la totalidad de la franja etaria correspondiente al nivel. Este último porcentaje no fue igual en los diferentes territorios. Por ejemplo “hacia 1886: En la parte urbana se educa un 50% de la población infantil educable, mientras que en la parte rural sólo se educa el 20%”. [14]

En cuanto al 50% del medio urbano, éste incluye la escuela elemental inferior, de primero a cuarto grado y la escuela superior, de quinto a sexto grado. Es necesario aclarar que sólo la escuela elemental era obligatoria, lo  cual subraya el carácter desigualdor del proyecto educativo oligárquico liberal y abre el interrogante acerca de por qué no asistían a la escuela todas las niñas y todos niños en edad de recibir escolaridad primaria.

Alliaud nos ofrece algunas respuestas al destacar las siguientes características:

“La primera, se refiere al peso que mantenía la educación en el seno del hogar.

La segunda característica saliente remite al abandono escolar de aquellos niños que ingresaban a la escuela, pero que pasados los primeros años debían dejarla para incorporarse al mercado laboral” [15]

 

Sin embargo, el papel desempeñado por la escuela no se agota con estas consideraciones. Nunca mejor dicho:

 

“Al margen de las funciones manifiestas  y latentes que desde los sectores dirigentes se proponían para el sistema educativo, desde la perspectiva de la sociedad la demanda de educación fue creciente. Los sectores medios encontraron en el sistema educativo una alternativa eficaz para aumentar sus posibilidades de participación. La falta de educación era presentada como indicador de baja capacidad para el protagonismo político y como legitimadora de la exclusión de la sociedad nacional. (…)

Si bien el acceso al sistema educativo no les permitió a los sectores medios una movilidad social automática, sí les posibilitó contar con mejores elementos para potenciar su demanda por una integración social y política plena.”[16]

 

Este Estado oligárquico liberal se presenta ante el conjunto social y ante el discurrir de la historia asumiendo la responsabilidad de la educación de los habitantes del suelo argentino, es decir como un “Estado Educador”.

A las demandas educativas de los sectores medios, se sumaron las del incipiente  movimiento obrero, aún con las diferencias marcadas entre anarquistas y socialistas, detractores del Estado Educador los primeros y con fuerte demanda al Estado de parte  de los segundos, ambos  pusieron en cuestión la relación del sistema educativo con la sociedad. Entre tales relaciones interviene el papel de la escuela y sus destinatarios.

 

5- El fundamento pedagógico

 

 Hacer explícito el papel de la escuela implica poner en consideración la función docente en el marco de la Pedagogía Tradicional con todo lo que ello significa, con un fuerte protagonismo en la clase escolar y un reconocido prestigio social. Expositor por excelencia, dueño de la “sagrada palabra”, narrador de verdades indiscutibles, transmisor del conocimiento, sólo callado frente al libro, imponente frente al pizarrón con los silenciosos testigos sentados en sus pupitres prolijamente alineados en el espacio del aula, cuya mayor virtud era la obediencia, signo visible de una aceptación presumiblemente acrítica (¿acrítica?)

Permitámonos una reflexión pedagógica: si los afortunados que en el período que nos ocupa pudieron alcanzar la identidad de “alumno”, hubieran sido tan definitivamente “acríticos” (también puede leerse “obedientes”) como se los dibuja cuando se describe el escenario de un aula tradicional, ¿cómo se hubieran producido todo tipo de cambios?

Es cierto que en cada gestión de gobierno, en cada tipo de Estado, existen líneas filosóficas, políticas y pedagógico-didácticas que se imponen como tendencias oficiales en virtud de la función que el Estado le asigne a la educación, en virtud a su vez del ciudadano que se propone y que conviene formar, pero se trata de la condición humana, de ese impulso hacia la búsqueda del conocimiento, de la disponibilidad de su razón, de esa tendencia hacia la libertad que le es propia a menos que fuertes autoritarismos se lo impidan, en suma, de ser lo que somos.

Desde este lugar respecto de la condición humano, es decir desde el lugar de los destinatarios de las acciones educativas, emergen implacablemente  las posibilidades de cambio. En cada acción educativa subyace el germen de una transformación, posible porque la función docente es llevada a cabo también por seres humanos con todas las características que se mencionaron. Entonces, si bien los docentes de la época respondieron a los lineamientos de la Pedagogía Tradicional, para lo cual además es menester recordar que fueron formados, lo hicieron con un profundo compromiso social.

 

“También cabe destacar que la “impronta” que conformó el trabajo de estos docentes estuvo sustentada en una profunda utopía que dirigía, como un timón, sus proyectos escolares. La búsqueda bien intencionada de progreso de las grandes mayorías, la entrega al ser en desarrollo, la creencia de un mundo moderno mejor, atravesaba sus prácticas.

          Junto a ello y a pesar de que nunca contaron con recompensas materiales acordes con su esfuerzo, los acompañó un reconocimiento social y simbólico del valor de su trabajo.”[17]

 

          Este prestigio instalado en el imaginario social de la época responde a haber sido considerados como poseedores indiscutidos del saber que transmitían, y a haberse constituido en modelos de conducta ajustada a los valores cívicos y morales culturalmente acordados y vigentes para época, fuertemente impulsados desde el discurso hegemónico.

 

          Este prestigio amerita interrogantes sobre las causas que lo generaron, y sobre  sus consecuencias, por promover una ciudadanía que aceptaba las diferencias.

          Desde los sectores de poder se promovía una ciudadanía obediente que favorecía la consolidación de sus posiciones sociales, políticas y económicas y desde los sectores populares no se había desarrollado aún una conciencia suficientemente crítica ni generalizada como para revelarse ante las desigualdades.

          Las funciones asignadas a la educación pública abonaban estas situaciones de desigualdad apoyadas en una ideología legitimadora, engañosa y en una tradición maternalista (aunque las acciones políticas se vestían de paternalismo). Esas “segundas mamás”  ejercían la docencia convencidas de su tarea moralizante, aunque percibieran magros salarios que se compensaban con el tal prestigio social. Dicho esto sin desconocer que eran genuinas, bien intencionadas y a las que les importaba realmente que sus discípulos aprendan de sus enseñanzas. Ellas también eran “obedientes” al régimen, pero la docencia no se quedó para siempre en ese lugar…

 

          Hacia fines del Siglo XIX el positivismo ya era cuestionado en Europa, no obstante lo cual es recién a partir de1930 que comenzamos a recibir influencias filosóficas que impactaron básicamente en el sistema educativo y generaron una fuerte corriente antipositivista. Se conjugan en ella los aportes del idealismo, del espiritualismo y del culturalismo.

 

6- Reflexiones  finales

 

          En este artículo se ha pretendido plantear las causas por las cuales se afirma que la educación del período oligárquico liberal no fue igualadora, sino que se configuró como sostén de un sistema de desigualdades en el acceso a todo tipo de oportunidades.

Mediante las acciones pedagógicas con intenciones  moralizantes, difundieron e instalaron valores  favorables a las clases dominantes.

Con todos los desequilibrios sociales que esta escuela legitimó, sin embargo hay que reconocerle que sus enseñanzas influyeron y aún configuraron la cultura de la época.

Situados en la actualidad nos queda la inquietud de transformar la acción de la escuela  de modo que recupere su capacidad de difundir una cultura para estos tiempos. La escuela de la democracia debería ser básicamente trasformadora de cultura.

 Sin embargo, contrariamente a los dichos de algunos trasnochados: -los chicos ahora aprenden menos en la escuela”, un análisis riguroso demostrará que los chicos aprenden en formatos diferentes. Esto nos lleva a darnos cuenta que la escuela  de la actualidad cumple la función de conservar la cultura, pero además, debería transformarla y erigirse en constructora de formas culturales humanizantes, que deje de llamar inseguridad a la violencia y sea portadora de valores favorables al conjunto social en pleno.



[1] Terán, Oscar. Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales 1810-1980, Bs. As. Siglo XXI editores, 2008

[2] Puiggrós, Adriana. Qué pasó en la educación argentina. Breve historia desde la conquista hasta el presente. Bs. As. Galerna, 2003

[3] A pesar de las tentaciones que moviliza…pero éste es un escrito pedagógico.

[4] Puiggrós, Adriana. ob. cit.

[5] Tedesco, J.C.( 2003) Educación y Sociedad en la Argentina (1880- 1945) Bs. As. Siglo XXI Editores. Primera edición 1986. Edición ampliada en 2003

[6] Discurso de Mitre ante el senado el 16 de julio de 1870

[7] Tedesco. J.C. Op .cit. Con el Siglo pasado, Tedesco se refiere al Siglo XIX

[8] Sarmiento, Domingo F. Recuerdos de Provincia, Bs. As. Salvat, 1970

[9] Sarmiento, D. Educación Común, Bs. As. Ediciones Solar, 1987

[10] Terán Oscar. Op.cit.

[11] Tedesco J.C. La instancia educativa, En Biagini H. (comp.) El movimiento positivista argentino Bs. As. Ed. Belgrano, 1986.

[12] Filmus, Daniel. Estado, sociedad y educación en la Argentina de fin de siglo. Procesos y desafíos, Bs. As. Troquel, 1999

[13] Allaud, A. (2007) Los maestros y su historia. Los orígenes del magisterio argentino, Bs. As. Granica

 

[14] Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública- 1880-1910, en Alliaud Op.Cit

[15] Alliaud. Op. cit

[16] Filmus, D. Op.cit

[17] Davini, Maria C. La formación docente en cuestión:política y pedagogía, Bs. As, Paidós, 1995