martes, 30 de septiembre de 2014

El espiritualismo en la Argentina del Siglo XX



El Espiritualismo en la Argentina

Del Positivismo al Espiritualismo:
Vamos a iniciar nuestras reflexiones sobre el Espiritualismo en la Argentina, recordando lo expresado por Juan Mantovani respecto del Positivismo:
“En nuestro país tuvo una honda influencia aproximadamente desde 1880 hasta 1920, y fue sostenido teóricamente por grandes pedagogos y maestros y en la práctica por una conciencia general pedagógica que daba predominio en la enseñanza a los contenidos  y métodos de las ciencias positivas y exactas.” [1]

En el mismo texto recién citado, Mantovani expresa que “con el positivismo dominó la educación científica y quedó desalojada la educación filosófica y religiosa.”
 Preocupa este “desalojo” de la educación filosófica por cuanto la consideramos ser fundamento de todo pensamiento y de toda acción educativa sistemática y de las relaciones dialécticas entre ambos (acción y pensamiento). En cuanto a lo religioso, si bien se lo reconoce como un componente significativo de la cultura y como tal  influyente en las acciones educativas, se lo puede ubicar como prácticas sociales no específicamente escolarizadas.
Del mismo modo es preocupante el desalojo de las  expresiones artísticas, canales por donde circula la creatividad humana.
Si buscamos el fundamente de todas las corrientes pedagógicas y didácticas, lo encontraremos en los diversos sistemas filosóficos. Siguiendo esta senda encontraremos que a partir de la primera década del Siglo XX, en concordancia con nuevas corrientes del pensamiento filosófico europeo, comenzó en Argentina un período de fuertes críticas al positivismo y al cientificismo, que fundadas en el idealismo se concentraron en el movimiento antipositivista, en las corrientes pedagógicas espiritualistas, con centro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en la Facultas de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata.
Sus principales impulsores fueron José Razzano, Saúl Taborda, Juan Terán, Enesto Nelson, Juan Mantovani, Juan E. Cassani, Juan P. Ramos, Juan José Arévalo, Hugo Calzetti, desde los claustros universitarios.

En cuanto a la enseñanza como acción concreta, especialmente en la escuela primaria, comenzaron a difundirse las ideas de la “Escuela Activa” también denominada “Escuela Nueva” o “Escolanovismo”. En principio las innovaciones consistieron en introducir el trabajo manual y realizar algunas modificaciones en el mobiliario escolar, pero luego se reconoció la necesidad de capacitar a los docentes para la implementación de estas nuevas líneas de actividad educativa, lo cual llevó a la realización de experiencias que hicieron posible la introducción de las ideas ecolanovistas, especialmente en la educación primaria. Se reemplazó el programa Bavio, implementado en 1911, por otro denominado “Programas de Asuntos”, esto fue en 1936 y significó una verdadera renovación en el nivel primario, mediante los cuales se trató de implementar una didáctica basada en las actividades y experiencias de los alumnos.  

En esta renovación se destacaron el mismo José Razzano, su esposa Clotilde Guillén de Razzano, José Forgione, Luis Borruat y José Más entre otros.
Adriana Puiggrós al tratar el tema del Espiritualismo en nuestro país, lo relaciona con las primeras manifestaciones del  movimiento de la Escuela Nueva y con el surgimiento del sindicalismo docente. Respecto de éste último dice:
“Nacida del corazón del mutualismo y luego vinculada al anarquismo y especialmente al socialismo la actividad sindical docente fue creciendo en las primeras décadas”.[2]
Nos recuerda Puiggrós, en el libro citado, que en 1912 Julio Barcos y Leonilda Barrancos lideraron  “probablemente” dice, la primera huelga de la historia de la docencia argentina. Para 1913 (Presidencia de Roque Saénz Peña, conservador autonomista) fueron exonerados junto con un grupo de educadores         que firmaron un documento pidiendo el relevo de los miembros del Consejo Nacional de Educación. En 1917 estalló en Mendoza una huelga de maestros considerada el primer movimiento de fuerza nacional que fue acompañado por el conjunto de la clase obrera, liderado por Florencia Fossati.
Vamos a volver a citar textualmente a Puiggrós:
“Su dirigente fue la pedagoga Florencia Fossati. Ésta y Barrancos fueron dos luchadoras de la causa de la mujer e introductoras de las ideas de María Montesori, Decroly y otros pedagogos escolanovistas”[3]

Es relevante la referencias a la obra de Puiggrós, porque recupera las influencias escolanovistas sobre el sistema educativo argentino y porque trae al presente los orígenes de las luchas docentes, sobre todo teniendo en cuenta que este artículo está destinado a mis jóvenes estudiantes de carreras docentes. Me orienta la intención de que las chicas y los chicos interesados en dedicarse a enseñar, se formen haciéndose cargo de nuestra herencia de lucha, del compromiso social que significa ser docente y de la importancia de tomar la posta.

El Espiritualismo:
           
            El Espiritualismo rompe con la tendencia positivista de querer reducir lo real a lo físico y la filosofía a una ciencia natural, despreciando los ideales morales y los valores trascendentales.
Para el Espiritualismo el acercamiento a la realidad trae consigo el problema de los valores, en la búsqueda de la fundamentación filosófica de la cultura, de la historia, de la ética y de la antropología, dando lugar a un traspaso de la filosofía del ser a la filosofía del valer, dando lugar al aumento del interés por las entonces Ciencias del Espíritu, a las que hoy llamamos Ciencias Sociales.
La filosofía espiritualista reconoce al hombre como espíritu finito, a diferencia de un dios al que concibe como espíritu absoluto. El hombre es en esencia espíritu en cuanto agente y actividad intencionalmente causante de la realidad.
El Espiritualismo reemplaza el mecanicismo de la actividad humana propio del Positivismo, por el finalismo en el que inscribe la existencia, admitiéndolo como principio ordenador del mundo. 
En cuanto a la educación tendremos en cuenta:
- que la Escuela Nueva surge en Europa siguiendo los lineamientos del movimiento idealista. La posterior versión norteamericana del Escolanovismo, se inspira en el  pragmatismo utilitario y ambientalista de James, Pearce y Dewey.
-cuando los antipositivistas en nuestro país concentran la problemática pedagógica en éste movimiento idealista,  lo hacen en concordancia con sus dos vertientes: el idealismo alemán y el idealismo italiano, en los cuales se fundamenta la Escuela Nueva.
-como ya hemos dicho, bajo influencias positivistas predominaba la enseñanza de los contenidos y de los métodos de las ciencias positivas y exactas. Bajo las influencias del Espiritualismo predominaba la transmisión de fines y valores. Lo dicho no excluye la preocupación de los educadores positivistas sobre que  sus alumnos logren los fines propuestos y por transmitirles  valores, como tampoco excluye la preocupación de los espiritualistas por  la enseñanza de los contenidos propios de planes y programas de enseñanza. Hablamos de orientaciones predominantes.

Los tiempos de la Pedagogía argentina:

            Hemos situado la predominancia del Positivismo entre 1880 y 1920 y a partir de allí la del Espirutualismo, no obstante debemos  entender que estas son fechas aproximadas.
            La influencia del Espiritualismo en la Pedagogía argentina fue fuerte y duradera. Abarcó un amplio período de tiempo, aunque con variaciones en su sustento filosófico e ideológico.
            Hemos referido una reforma en la educación primaria hacia 1936. Con la primera década de gobierno peronista (1946- 1955) continuó la predominancia espiritualista aunque con características particulares.
            El peronismo se enfrentó a los liberales y a la izquierda, permitiendo el avance del nacionalismo católico, con el que en su etapa final, también terminó enfrentado.
            Desde la fundamentación filosófica de sus líneas de acción pedagógica, dio continuidad al Espiritualismo que sustentó al movimiento  de la Escuela Nueva europea.
            Las relaciones del peronismo con la docencia y con la intelectualidad en general, fueron tensas. Por un lado una elite de corte oligárquico junto a una clase media que buscaba ascender con rasgos de minoría culta  y por otro lado los sectores populares con una cultura popular de carácter nacional. Este conflicto se hizo notorio en las instituciones educativas, donde la matrícula creció en los tres niveles (primario, secundario y universitario), lo que significó el acceso a la cultura escolarizada de amplios sectores de bajos recursos.
            Veamos cómo lo expresa Puiggrós: “Cuando el peronismo llegó al poder, toda la gente que había votado a la Unión Democrática temió por la educación, aunque por motivos diversos. La oligarquía y la clase media alta tenían miedo de que los “cabecitas negras” invadieran las limpias aulas de las escuelas, como habían temblado ante los inmigrantes y los anarquistas a principios de siglo.”[4]
            No obstante las tensiones mencionadas, según esta misma autora en el mismo libro, afirma que algunos normalistas formados en las ideas de la Escuela Nueva coincidieron con la postura antirracionalista y antipositivista del peronismo. Entre ellos Juan Emilio Cassani y Hugo Calzetti, a quienes la misma Puiggrós llama “los pedagogos del régimen”.
            Cassani, escolanovista de inspiración espiritualista entendía a la educación como un acto de conjunción entre las almas del educando y del educador. Rechazaba el Escolanovismo de J. Dewey, basado en el Pragmatismo.
            Calzetti, principal colaborador de Cassani fue un espiritualista católico y por ende antipositivista, pero no comulgaba exactamente con los principios de libertad y creatividad de la Escuela Nueva; antes bien proponía un perfil de educador moralizador e instaurador del orden. 
            La primera década peronista fue para la historia de la educación argentina tan controversial como interesante y rica en facetas, pero lo dicho aquí sólo guarda la intención de ejemplificar la persistencia del Espiritualismo en la educación de nuestro país, que hacia 1960 aproximadamente comienza a recibir la influencia del eficientismo, de base pragmática.





[1] Mantovani, J. La educación y sus tres problemas, Facultad de Filosofía y Letras, Tucumán, 1943
[2] Puiggrós, A. Qué pasó en la educación argentina, Buenos Aires, Galerna, 2003.
Se refiere a las pimeras décadas del S. XX
[3] Puiggrós, A. Ob. Cit.
[4]- Puiggrós, A. ob.cit

martes, 23 de septiembre de 2014

La educación en la Argentina en el período oligárquico-liberal



I.S.F.D.Nº 50
Ficha de cátedra
Producción de la Prof. Susana Lerner
Año 2014

“…los educadores públicos son funcionarios dependientes de un ministerio que decide tanto sobre los principios como sobre sus aplicaciones, al no tener la posibilidad de apoyarse en una ciencia de la educación suficientemente elaborada como para responder a las innumerables cuestiones que se plantean cada día y cuya solución es abandonada al empirismo o a la tradición.”
                                                   Jean  Piaget


El período oligárquico liberal

1- Introducción
            Siendo la educación una función pública, le corresponde al Estado organizarla sistemáticamente, financiarla y ser garantía de calidad. En términos generales su finalidad básica consiste en la formación de la ciudadanía. Este último punto es el más cambiante y discutido, porque cada gestión de gobierno le imprime su sello.
            Cada elenco gobernante en función de sus intereses político partidarios, le asigna al Estado características propias poniendo en marcha un sistema económico, un modo de producción, un sistema financiero, un sistema de salud pública, una forma de distribución o concentración de la riqueza y la pobreza entre otros. Tal sistema se hace visible a los gobernados porque afecta (para su beneficio o su perjuicio) su vida privada, su economía familiar, su poder adquisitivo.  Del mismo modo establece sus políticas educativas que implementa a través del sistema educativo y que al igual que el resto de las políticas  impactan sobre la sociedad en su conjunto y en los proyectos personales de cada uno, aunque son menos visibles. 
            Interesa distinguir lo más visible de lo menos visible a la conciencia de la ciudadanía, a efectos de tratar de develar qué funciones se propone hacerle cumplir al Estado cada proyecto político partidario que accede al ejercicio del poder.  En nuestro caso interesa hacer visibles las funciones asignadas  a la educación, entendida como sistema público. Para ello es pertinente comparar  la economía y la educación, porque de estos dos sistemas el económico hace visible su relación con la sociedad, pues se comprende rápida y fácilmente si el dinero alcanza o no alcanza, si se tiene o no un empleo que lo provea, si las políticas implementadas facilitan o no el acceso al consumo. En el mismo sentido se hace visible la relación entre los niveles de ingresos y el acceso a las oportunidades educativas. Sin embargo no se presenta con tanta claridad la intencionalidad ideológica con que se orientan las políticas educativas.
            En dicha intencionalidad subyace la asignación de funciones que desde el Estado se le asigna a la educación, dependiendo de quienes  lo gobiernen, a la vez que se establece el tipo de relación entre la sociedad y el sistema educativo, lo cual impacta directamente en la definición del tipo de ciudadano que convenga formar, de acuerdo a sus intereses político-partidarios.  
            En esta dirección puede afirmarse que el Estado argentino es uno y las instituciones que lo integran perduran y se crean otras, pero en cada contexto histórico, en cada gestión partidaria, se desarrollan estrategias que le otorgan perfiles propios. 

2- Brevísimo recorrido histórico

La generación de mayo enfrentó el desafío de independizar el Virreinato del Río de La Plata de España, su metrópolis, iniciando para ello el camino de la revolución. Sin embargo no se contaba con un acuerdo ideológico ni metodológico para lograrlo, entre sus principales actores: revolucionarios republicanos, de inspiración iluminista  algunos, pero conservadores otros, hubo enfrentamientos que dificultaron el proceso. No obstante se logró una formal declaración de la independencia que no alcanzó para instaurar un Estado Nacional de corte definido, pero se  constituyó en su origen.
            A la  generación del 37,  le tocó enfrentar otro tipo de conflictiva de raigambre al interior de una sociedad que buscaba su perfil nacional.

“En el plano cultural, ha surgido la Generación del 37, considerada como el primer movimiento intelectual animado de un propósito de interpretación de la realidad argentina que enfatizó la necesidad de construir una identidad nacional”[1]

Tal intencionalidad se expresa en sus producciones literarias encuadradas en el Romanticismo y en la aparición de los primeros escritos pedagógicos.
            Convivieron, o más precisamente confrontaron, estos románticos con quienes entendieron que la identidad nacional requería de la previa consolidación de la soberanía nacional. El obstáculo ya no era España, sino otras potencias como la Gran Bretaña y la Francia.

            “-Estás usando palabras- dijo Oliveira, apoyándose mejor en Etienne-. Les encanta que uno las saque del ropero y las haga dar vueltas por la pieza. Realidad, hombre de Neandertal, míralas cómo juegan, cómo se nos meten por las orejas y se tiran por los toboganes.” [2]

 Adriana Puiggrós  utiliza la palabra “vacilaciones”[3] para hacer referencia a las alternativas sufridas para definir el sistema educativo después de Caseros. Pero ya que vamos a sacar este vocablo “del ropero y a hacerlo dar vueltas por la pieza”, también lo podemos poner a jugar con anterioridad.  En 1836 Rosas entregó la administración de la educación a los jesuitas. En 1844 emitió un decreto por el que transfirió la dirección de la educación al Ministerio de Gobierno, impuso un severo control a la actividad de los docentes extranjeros, en particular a los franceses y españoles y obligó a las escuelas públicas y privadas a practicar los rituales federales.
Al retirar el financiamiento a la educación pública su principal argumento fue la necesidad de destinar fondos para sostener la guerra contra los invasores extranjeros siendo su máxima expresión el combate de Obligado contra la flota anglo-francesa en 1845, de la cual resultó triunfante. 
Luego de Caseros, en 1853 se restituyeron al presupuesto del Estado de Buenos Aires las partidas destinadas al mantenimiento de la educación pública, no sin “tirar  por los toboganes” nuevas vacilaciones. En principio se creó el Ministerio de Instrucción Pública que luego fue reemplazado por un Departamento de Primeras Letras dependiente del rectorado de la Universidad de Buenos Aires, sin embargo finalmente se optó por confiar la dirección de la educación a un Departamento de Escuelas para cuya jefatura se designó a Sarmiento en 1856.
Reafirmamos la noción de “vacilaciones” pues tres tipos de gestión en sólo tres años no pudieron ser garantía de consolidación de un sistema educativo. No es tema específico de este trabajo, pero conviene recordar que las vacilaciones no fueron exclusivas de las cuestiones educativas. El proceso de organizar jurídicamente la sociedad mediante la configuración de un Estado definido con una direccionalidad política fue objeto de procesos similares. La dirigencia política sostuvo contradicciones, las diferencias entre centralistas y federales no estaban resueltas aún en forma definitiva (faltaban por ejemplo, Cepeda y Pavón, sólo por nombrar dos hitos en nuestra historia) y  se planteaban por eso líneas de acción diversas, de las cuales en este espacio sólo nos ocuparemos de las relacionadas con la educación pública.
Si bien prevalecieron las ideas liberales existieron diferencias en cuanto a las formas de concebir las relaciones entre el sistema educativo y la sociedad, en particular en relación con las oportunidades educativas disponibles para una población sectorizada. Tanto en las decisiones, como en las acciones y en la construcción del discurso, desde la conducción del Estado hubo diferencias.
En un recorrido brevísimo nos situamos en la llamada Organización Nacional y recordamos las presidencias: Bartolomé Mitre (1862- 1868); Domingo F. Sarmiento (1868-1874); Nicolás Avellaneda (1874-1880) Julio A. Roca (1880-1886)…
            Con el triunfo de Mitre sobre Urquiza en Pavón, según fue escrito en la historia oficial, se consolidó la “unidad nacional”. En este espacio es dable no problematizar la cuestión[4] pero compartimos con Adriana Puiggrós

            “…y abrió las puertas para el proyecto pedagógico centralista de la oligarquía liberal”[5]


3- La educación pública en el proyecto oligárquico liberal

            A pesar de tratarse de un proyecto político consistente, sólidamente acordado por los sectores que detentaban el poder en la Argentina,  hubo algunas diferencias en su interioridad. Mitre destacaba la importancia de educar a las futuras clases dirigentes  por lo cual mostró su preocupación por la educación secundaria y universitaria. Se trataba de formar una minoría inteligente, ilustrada, capacitada para asumir la conducción de país, pero minoría al fin, con claras intenciones elitistas. “…El saber condensado en determinado número de individuos obre sobre la masa de la ignorancia…”[6]
 El discurso de Mitre al Congreso de la Nación es muy ejemplificador al respecto. En cuanto a las acciones y decisiones baste recordar que durante su presidencia fundó el Colegio Nacional Buenos Aires, sobre la base del antiguo Colegio de Ciencias Morales y decretó la fundación de instituciones de iguales características y  planes de estudio en Catamarca, Tucumán, Mendoza, San Juan y Salta.
            Sarmiento por su parte puso su acento en la educación básica desde los inicios de su vida pública, tanto en su exilio en Chile como en todas las gestiones de gobierno que desempeñó en su país. Ya para 1850 cuando publicó su autobiografía “Recuerdos de Provincia” decía:

            “Desde niño he enseñado lo que sabía a cuantos he podido inducir a aprender.”[7]

En 1853 cuando en Santiago de Chile se convocó a un concurso buscando un proyecto organizador de la instrucción primaria, Sarmiento respondió a tal convocatoria, escribiendo su libro “Educación Común” en el cual decía:

            “La limosna que socorre la necesidad del momento, sin curar la incapacidad de trabajar, se ha convertido en ese vasto sistema de escuelas, que cubre hoy los Estados cristianos, y organizándose en contribuciones para su sostén. La prueba es que donde las escuelas abundan escasean los mendigos, porque se ha acudido a la fuente de la miseria. Pero ni aún la limosna dada al necesitado exonera del deber de patriota de ayudar a la mejora moral, intelectual e industrial de sus conciudadanos, como la parte de la humanidad sobre la cual debe extender su acción”.[8]

En cuanto a sus acciones y decisiones referidas a promover la educación pública primaria, se podrían completar muchas páginas, pero no es el objetivo de este trabajo. No obstante abona nuestra cuestión hacer presente que en ejercicio de la Presidencia de la República , siendo su Ministro de Justicia e Instrucción Pública Nicolás Avellaneda, el único proyecto que pudo sostener fue precisamente el de la Educación Pública.
Baste recordar que inspirado en el modelo estadounidense, uno de sus  planes en cuanto a políticas públicas era la implementación de una forma de distribución de la tierra que daría origen a un país de granjeros (farmers) intentando generar relaciones más cercanas a la  igualdad entre los habitantes.

            “Pero en su propia nación jamás se realizaría la construcción de un país de granjeros, debido al régimen de apropiación latifundista de la tierra. (…)
            Ausentes en la realidad argentina de su tiempo el reparto de la tierra y la participación  republicana en la política, del proyecto Sarmiento sólo quedará en pie (aunque como un satélite sin su planeta) el proyecto de la educación pública.” [9]

           
            En cuanto a este proyecto, cabe recordar la fundación en 1870 de la Escuela Normal de Paraná, primera en su género formador de formadores y prueba suficiente de la preocupación de Sarmiento por disponer de personas capacitadas para la función docente. Entre 1870 y 1896 se fundaron treinta Escuelas Normales que reprodujeron el modelo de Paraná, cuya esencia multiplicada, aunque con algunas variaciones impuestas por modificaciones en los contextos históricos, prevaleció hasta 1969 cuando la formación de maestros para la educación primaria pasó a integrar el actualmente amplio espectro de la Educación Superior. 
            Volvamos al análisis de las diferencias al interior del proyecto oligárquico liberal. Si bien las posiciones de Mitre y de Sarmiento se centraban en intereses diversos, uno en la formación de élites y el otro en la distribución más o menos generalizada de la alfabetización básica, esto no fue causa de enfrentamientos entre ambos. Ni Mitre negaba la necesidad de la educación básica ni Sarmiento menoscababa la educación media ni la universitaria. Se trataba de una cuestión de prioridades, pero que en el fondo sustentaban la misma función social que este Estado de corte oligárquico le asignaba a la educación: la de  mantener al conjunto social estratificado, diferenciado en sectores, con restricciones de acceso al conocimiento a las capas populares que a su vez garantizaba la situación de privilegios económicos y políticos a los sectores  oligárquicos.
 Las presidencias de Avellaneda y Roca  dieron continuidad al proyecto con algunos avances en materia educativa como la Ley de Educación Común de la Provincia de Buenos Aires en 1875, la Ley Lainez en 1905, y por supuesto la Ley 1420 de educación primaria obligatoria, gratuita y laica en 1884.
No obstante ninguna de estas  decisiones legislativas cambió el carácter elitista, estratificador y por ende desigualador de la función social de la educación en el período.
Como lo explica Adriana Puiggrós en una obra que ya hemos citado “¿Qué pasó en la educación argentina?” la oligarquía detentaba el poder político, sustentaba el modelo agroexportador y concebía a la educación como el ámbito apropiado para imponer el orden (su orden) al resto de la población: peones de campo, artesanos, obreros y un sector de inmigrantes que habían logrado configurarse como una clase media con aspiraciones progresistas.
            Frecuentemente se lee en la bibliografía especializada que durante el período que nos ocupa se asignó a la educación pública la función de ser igualadora social en particular por la obligatoriedad impuesta en la Ley 1420, limitada por cierto a la educación primaria. Si bien es cierto que se buscó integrar culturalmente a los hijos de inmigrantes a la vez que alfabetizar a los hijos de país, también es cierto que faltaron igualdad de oportunidades en los estratos bajos, pues el requerimiento de mano de obra infantil de las economías regionales y la demanda de los dependientes y mandaderos (los “che pibe”) en los centros urbano, generaron la deserción escolar temprana. También es cierto que esta Ley sólo tuvo ámbito de aplicación en la Capital Federal y en los Territorios Nacionales dejando a las provincias libradas a sus propias legislaciones, ahondando así las diferencias.
El nivel académico de los programas de estudio y de la propuesta editorial no impactó favorablemente en los sectores populares, porque difícilmente los hijos de los trabajadores de escasos recursos, terminaban los estudios primarios, debiendo incorporarse tempranamente al mercado laboral en situación de precariedad.
El límite de la obligatoriedad al nivel primario, la restricción del acceso a las oportunidades educativas por motivos económicos y culturales y la deserción temprana configuraron un sistema educativo promotor de la desigualación social.
La naturalización de las diferencias que legitimaba un modelo de concentración de la riqueza por un lado y de la pobreza por otro, la falta de políticas sociales tendientes a la superación de tales diferencias y la imposición de discursos políticos hegemónicos que tuvieron como contrapartida la escasa participación popular, generaron un estado de resignación que fue caldo de cultivo de la desigualación social y permitieron  dar cumplimiento a funciones ideológicas respecto de mantener a las clases populares en estado de aceptación de la marginalidad socioeconómica y cultural. 

4-No faltó fundamento filosófico

            A mediados del Siglo XIX Augusto Comte (1798 -1857) había fundado en Francia el Positivismo, del que podemos hablar en nuestro país, recién hacia 1880, como un pensamiento diferente y ciertamente enfrentado al romanticismo.
            A la generación del 80 le correspondió la organización del estado nacional, liberal, moderno y que como tal asume la responsabilidad de la educación pública. Si leemos al Prof. Tedesco, encontramos:

“…existe una difundida imagen acerca del pensamiento pedagógico en los orígenes del sistema (1880-1900) que adjudica una hegemonía muy fuerte del positivismo y asocia la influencia positivista con el conjunto de rasgos que el sentido común pedagógico atribuye al sistema educativo tradicional.”[10]

Hemos visto ya que la oligarquía instaló un estado de ideología liberal, conveniente a un modelo de producción agroexportador y un sistema educativo que a partir de la generación del ´80 toma perfiles predominantemente positivistas,  asociado al darwinismo social que cumplía eficazmente con la función de instaurar y sostener la estratificación social que este Estado le asignó al sistema educativo, más relacionada a lo político que a lo económico.

“Sin embargo, el hecho de que la función principal de la educación no haya estado dirigida linealmente hacia lo económico no significa que la escuela no desempeñara ningún papel en ese sentido” [11]

El modelo económico demandaba mano de obra con escasa calificación. Para desempeñarse como peón de campo, dependiente de almacén, artesano u obrero, no se necesitaba una capacitación previa a la que tuviera que responder el sistema educativo; tampoco en cuanto a la industria, pues   la mano de obra empleada  en este sector  no requería de  capacitación técnica, sobre todo considerando que para la reducida demanda de calificaciones laborales técnicas y profesionales los industriales  argentinos se nutrían de personal traído de Europa, ya formados en cada especialidad.
No obstante Filmus expresa que la escuela desempeñó algún papel en relación con la economía. Puede entenderse que éste consistió en plasmar la estratificación social e  instalar una ideología que legitimaba las diferencias, sin faltar un componente paternalista pues distribuyó entre los sectores populares contenidos culturales básicos, mínimos y homogéneos mediante el nivel de estudios primarios, por lo cual resulta más acertado pensar este proceso desde la masificación que desde la igualación. Dicho esto sin olvidar  que en los referidos sectores populares no todos accedían a los estudios primarios, ahondando las diferencias y por ende abonando los privilegios en  favor de una clase dirigente atendida por las clases bajas, a muy bajos costos.
Sin embargo, el papel desempeñado por la escuela no se agota con estas consideraciones. Nunca mejor dicho:

“Al margen de las funciones manifiestas  y latentes que desde los sectores dirigentes se proponían para el sistema educativo, desde la perspectiva de la sociedad la demanda de educación fue creciente. Los sectores medios encontraron en el sistema educativo una alternativa eficaz para aumentar sus posibilidades de participación. La falta de educación era presentada como indicador de baja capacidad para el protagonismo político y como legitimadora de la exclusión de la sociedad nacional. (…)
Si bien el acceso al sistema educativo no les permitió a los sectores medios una movilidad social automática, sí les posibilitó contar con mejores elementos para potenciar su demanda por una integración social y política plena.”[12]

Este Estado oligárquico liberal se presenta ante el conjunto social y ante el discurrir de la historia asumiendo la responsabilidad de la educación de los habitantes del suelo argentino, es decir como un “Estado Educador”.
A las demandas educativas de los sectores medios, se sumaron las del incipiente  movimiento obrero, aún con las diferencias marcadas entre anarquistas y socialistas, detractores del Estado Educador los primeros y con fuerte demanda al Estado de parte  de los segundos, ambos  pusieron en cuestión la relación del sistema educativo con la sociedad. Entre tales relaciones interviene el papel de la escuela y sus destinatarios.
5- El fundamento pedagógico

 Hacer explícito el papel de la escuela implica poner en consideración la función docente en el marco de la Pedagogía Tradicional con todo lo que ello significa, con un fuerte protagonismo en la clase escolar y un reconocido prestigio social. Expositor por excelencia, dueño de la “sagrada palabra”, narrador de verdades indiscutibles, transmisor del conocimiento, sólo callado frente al libro, imponente frente al pizarrón con los silenciosos testigos sentados en sus pupitres prolijamente alineados en el espacio del aula, cuya mayor virtud era la obediencia, signo visible de una aceptación presumiblemente acrítica (¿acrítica?)
Permitámonos una reflexión pedagógica: si los afortunados que en el período que nos ocupa pudieron alcanzar la identidad de “alumno”, hubieran sido tan definitivamente “acríticos” (también puede leerse “obedientes”) como se los dibuja cuando se describe el escenario de un aula tradicional, ¿cómo se hubieran producido todo tipo de cambios?
Es cierto que en cada gestión de gobierno, en cada tipo de Estado, existen líneas filosóficas, políticas y pedagógico-didácticas que se imponen como tendencias oficiales en virtud de la función que el Estado le asigne a la educación, en virtud a su vez del ciudadano que se propone y que conviene formar, pero se trata de la condición humana, de ese impulso hacia la búsqueda del conocimiento, de la disponibilidad de su razón, de esa tendencia hacia la libertad que le es propia a menos que fuertes autoritarismos se lo impidan, en suma, de ser lo que somos.
Desde este lugar respecto de la condición humano, es decir desde el lugar de los destinatarios de las acciones educativas, emergen implacablemente  las posibilidades de cambio. En cada acción educativa subyace el germen de una transformación, posible porque la función docente es llevada a cabo también por seres humanos con todas las características que se mencionaron. Entonces, si bien los docentes de la época respondieron a los lineamientos de la Pedagogía Tradicional, para lo cual además es menester recordar que fueron formados, lo hicieron con un profundo compromiso social.

“También cabe destacar que la “impronta” que conformó el trabajo de estos docentes estuvo sustentada en una profunda utopía que dirigía, como un timón, sus proyectos escolares. La búsqueda bien intencionada de progreso de las grandes mayorías, la entrega al ser en desarrollo, la creencia de un mundo moderno mejor, atravesaba sus prácticas.
            Junto a ello y a pesar de que nunca contaron con recompensas materiales acordes con su esfuerzo, los acompañó un reconocimiento social y simbólico del valor de su trabajo.”[13]

            Este prestigio instalado en el imaginario social de la época responde a haber sido considerados como poseedores indiscutidos del saber que transmitían, y a haberse constituido en modelos de conducta ajustada a los valores cívicos y morales culturalmente acordados y vigentes para época, fuertemente impulsados desde el discurso hegemónico.

            Este prestigio amerita interrogantes sobre las causas que lo generaron, y sobre  sus consecuencias,  por promever una ciudadanía que aceptaba las diferencias.
            Desde los sectores de poder se promovía una ciudadanía obediente que favorecía la consolidación de sus posiciones sociales, políticas y económicas y desde los sectores populares no se había desarrollado aún una conciencia suficientemente crítica ni generalizada como para revelarse ante las desigualdades.
            Las funciones asignadas a la educación pública abonaban estas situaciones de desigualdad apoyadas en una ideología legitimadora, engañosa yen una tradición maternalista (aunque las acciones políticas se vestían de paternalismo). Esas “segundas mamás”  ejercían la docencia convencidas de su tarea moralizante, aunque percibieran magros salarios que se compensaban con el tal prestigio social. Dicho esto sin desconocer que eran genuinas, bien intencionadas y a las que les importaba realmente que sus discípulos aprendan de sus enseñanzas. Ellas también eran “obedientes” al régimen, pero la docencia no se quedó para siempre en ese lugar…

            Hacia fines del Siglo XIX el positivismo ya era cuestionado en Europa, no obstante lo cual es recién a partir de1930 que comenzamos a recibir influencias filosóficas que impactaron básicamente en el sistema educativo y generaron una fuerte corriente antipositivista. Se conjugan en ella los aportes del idealismo, del espiritualismo y del culturalismo.

6- Reflexiones  finales

            En este artículo se ha pretendido plantear las causas por las cuales se afirma que la educación del período oligárquico liberal no fue igualadora, sino que se configuró como sostén de un sistema de desigualdades en el acceso a todo tipo de oportunidades.
Mediante las acciones pedagógicas con intenciones  moralizantes, difundieron e instalaron valores  favorables a las clases dominantes.
Con todos los desequilibrios sociales que esta escuela legitimó, sin embargo hay que reconocerle que sus enseñanzas influyeron y aún configuraron la cultura de la época.
Situados en la actualidad nos queda la inquietud de transformar la acción de la escuela  de modo que recupere su capacidad de difundir una cultura para estos tiempos. La escuela de la democracia debería ser básicamente trasformadora de cultura.
 Sin embargo, contrariamente a los dichos de algunos trasnochados: -los chicos ahora aprenden menos en la escuela”, un análisis riguroso demostrará que los chicos aprenden más, pero diferente. Esto nos lleva a darnos cuenta que la escuela  de la actualidad cumple la función de conservar la cultura, pero además, debería transformarla y erigirse en constructora de formas culturales humanizantes, que deje de llamar inseguridad a la violencia y sea portadora de valores favorables al conjunto social en pleno.





[1] Terán, Oscar. Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales 1810-1980, Bs. As. Siglo XXI editores, 2008
[2] Cortázar, Julio. Rayuela, 2° ed. 5° reimp. Montevideo, Ed. Punto de lectura, 2010
[3] Puiggrós, Adriana. Qué pasó en la educación argentina. Breve historia desde la conquista hasta el presente. Bs. As. Galerna, 2003
[4] A pesar de las tentaciones que moviliza…pero éste es un escrito pedagógico.
[5] Puiggrós, Adriana. Ob. Cit.
[6] Discurso de Mitre ante el senado el 16 de julio de 1870
[7] Sarmiento, Domingo F. Recuerdos de Provincia, Bs. As. Salvat, 1970
[8] Sarmiento, D. Educación Común, Bs. As. Ediciones Solar, 1987
[9] Terán Oscar. Ob.cit.
[10] Tedesco J.C. La instancia educativa,.En Biagini H. (comp.) El movimiento positivista argentino Bs. As. Ed. Belgrano, 1986.
[11] Filmus, Daniel. Estado, sociedad y educación en la Argentina de fin de siglo. Procesos y desafíos , Bs. As. Troquel, 1999
[12] Filmus, Daniel. Ob. Cit.
[13] Davini, Maria C. La formación docente en cuestión:política y pedagogía, Bs. As, Paidós, 1995