jueves, 1 de abril de 2021

 El período oligárquico liberal 

Ficha de cátedra

Producción de la Prof. Susana Lerner

Año 2014- Revisión 2021

 

“…los educadores públicos son funcionarios dependientes de un ministerio que decide tanto sobre los principios como sobre sus aplicaciones, al no tener la posibilidad de apoyarse en una ciencia de la educación suficientemente elaborada como para responder a las innumerables cuestiones que se plantean cada día y cuya solución es abandonada al empirismo o a la tradición.”

                                                   Jean  Piaget

 

 

El período oligárquico liberal

 

1- Introducción

          Siendo la educación una función pública, le corresponde al Estado organizarla sistemáticamente, financiarla y ser garantía de calidad. En términos generales su finalidad básica consiste en la formación de la ciudadanía. Este último punto es el más cambiante y discutido, porque cada gestión de gobierno le imprime su sello.

          Cada elenco gobernante en función de sus intereses político partidarios, le asigna al Estado características propias poniendo en marcha un sistema económico, un modo de producción, un sistema financiero, la interpretación e implementación del sistema jurídico, un sistema de salud pública, una forma de distribución o concentración de la riqueza y la pobreza,  entre otros. Tales características se hacen visible a los gobernados porque afectan (para su beneficio o su perjuicio) su vida privada, sus derechos y obligaciones, su economía familiar, su poder adquisitivo.  Del mismo modo establece sus políticas educativas que implementa a través del sistema educativo y que al igual que el resto de las políticas  impactan sobre la sociedad en su conjunto y en los proyectos personales de cada uno, aunque son menos visibles. 

          Interesa distinguir lo más visible de lo menos visible a la conciencia de la ciudadanía, a efectos de tratar de develar qué funciones se propone hacerle cumplir al Estado cada proyecto político partidario que accede al ejercicio del poder.  En nuestro caso interesa hacer visibles las funciones asignadas  a la educación, entendida como sistema público. Para ello es pertinente comparar  la economía y la educación, porque de estos dos sistemas el económico hace visible su relación con la sociedad, pues se comprende rápida y fácilmente si el dinero alcanza o no alcanza, si se tiene o no un empleo que lo provea, si las políticas implementadas facilitan o no el acceso al consumo. En el mismo sentido se hace visible la relación entre los niveles de ingresos y el acceso a las oportunidades educativas. En general los funcionarios responsables de las gestiones de gobierno, que tienden a sostener y afianzar la desigualación social, no suelen expresar en forma clara y directa y  clara la intencionalidad ideológica con que se orientan las políticas educativas. Sin embargo, no hace mucho tiempo escuchamos en la Argentina, una denostada declaración  oficial sobre “los que cayeron en la escuela pública”.

          En dicha intencionalidad subyace la asignación de funciones que desde el Estado se le asigna a la educación, dependiendo de quienes  lo gobiernen, a la vez que se establece el tipo de relación entre la sociedad y el sistema educativo, lo cual impacta directamente en la definición del tipo de ciudadano que convenga formar, de acuerdo a sus intereses político-partidarios.  

          En esta dirección puede afirmarse que el Estado argentino es uno y las instituciones que lo integran perduran y se crean otras, pero en cada contexto histórico, en cada gestión partidaria, se desarrollan estrategias que le otorgan perfiles propios. 

 

2- Brevísimo recorrido histórico

 

La generación de mayo enfrentó el desafío de independizar el Virreinato del Río de La Plata de España, su metrópolis, iniciando para ello el camino de la revolución. Sin embargo no se contaba con un acuerdo ideológico ni metodológico para lograrlo, entre sus principales actores: revolucionarios republicanos, de inspiración iluminista  algunos, pero conservadores otros, hubo enfrentamientos que dificultaron el proceso. No obstante se logró una formal declaración de la independencia que no alcanzó para instaurar un Estado Nacional de corte definido, pero se  constituyó en su origen.

          A la  generación del 37,  le tocó enfrentar otro tipo de conflictiva de raigambre al interior de una sociedad que buscaba su perfil nacional.

 

“En el plano cultural, ha surgido la Generación del 37, considerada como el primer movimiento intelectual animado de un propósito de interpretación de la realidad argentina que enfatizó la necesidad de construir una identidad nacional”[1]

 

Tal intencionalidad se expresa en sus producciones literarias encuadradas en el Romanticismo y en la aparición de los primeros escritos pedagógicos.

          Convivieron, o más precisamente confrontaron, estos románticos con quienes entendieron que la identidad nacional requería de la previa consolidación de la soberanía nacional. El obstáculo ya no era España, sino otras potencias como la Gran Bretaña y la Francia.

 

Adriana Puiggrós  utiliza la palabra “vacilaciones”[2] para hacer referencia a las alternativas sufridas para definir el sistema educativo después de Caseros.

 

  En 1836 Rosas entregó la administración de la educación a los jesuitas. En 1844 emitió un decreto por el que transfirió la dirección de la educación al Ministerio de Gobierno, impuso un severo control a la actividad de los docentes extranjeros, en particular a los franceses y españoles y obligó a las escuelas públicas y privadas a practicar los rituales federales.

Al retirar el financiamiento a la educación pública su principal argumento fue la necesidad de destinar fondos para sostener la guerra contra los invasores extranjeros siendo su máxima expresión el combate de Obligado contra la flota anglo-francesa en 1845. 

Luego de Caseros, en 1853 se restituyeron al presupuesto del Estado de Buenos Aires las partidas destinadas al mantenimiento de la educación pública, aunque sujetas a nuevas vacilaciones. En principio se creó el Ministerio de Instrucción Pública que luego fue reemplazado por un Departamento de Primeras Letras dependiente del rectorado de la Universidad de Buenos Aires, sin embargo finalmente se optó por confiar la dirección de la educación a un Departamento de Escuelas para cuya jefatura se designó a Sarmiento en 1856.

Reafirmamos la noción de “vacilaciones” pues tres tipos de organismos en sólo tres años, no pudieron ser garantía de consolidación de un sistema educativo. No es tema específico de este trabajo, pero conviene recordar que las vacilaciones no fueron exclusivas de las cuestiones educativas. El proceso de organizar jurídicamente la sociedad mediante la configuración de un Estado definido con una direccionalidad política fue objeto de procesos similares. La dirigencia política sostuvo contradicciones, las diferencias entre centralistas y federales no estaban resueltas aún en forma definitiva (faltaba por ejemplo la batalla de Pavón -1861, sólo por nombrar un hito en nuestra historia) y  se planteaban por eso líneas de acción diversas, de las cuales en este espacio sólo nos ocuparemos de las relacionadas con la educación pública.

 

Si bien prevalecieron las ideas liberales existieron diferencias en cuanto a las formas de concebir las relaciones entre el sistema educativo y la sociedad, en particular en relación con las oportunidades educativas disponibles para una población sectorizada. Tanto en las decisiones, como en las acciones y en la construcción del discurso, desde la conducción del Estado hubo diferencias.

En un recorrido brevísimo nos situamos en la llamada Organización Nacional y recordamos las presidencias: Bartolomé Mitre (1862- 1868); Domingo F. Sarmiento (1868-1874); Nicolás Avellaneda (1874-1880) Julio A. Roca (1880-1886)…

          Después de la batalla de Pavón, según fue escrito en la historia oficial, se consolidó la “unidad nacional”, aunque habría mucho más para decir sobre esta victoria. En este espacio es dable no problematizar la cuestión[3] pero compartimos con Adriana Puiggrós

 

          “…y abrió las puertas para el proyecto pedagógico centralista de la oligarquía liberal”[4]

 

 

3- La educación pública en el proyecto oligárquico liberal

 

          “El desarrollo de la educación en este marco cumplió más que una función económica, una función política. Si bien la educación cumple un papel político en toda sociedad y en toda época histórica, en la medida que a través de ella se realiza el proceso de socialización de las nuevas generaciones dentro del marco de referencia de la cultura dominante (…) en cada período y lugar determinado ese papel político asume formas particulares. En el caso que aquí nos interesa el sentido de la educación tiene varias connotaciones, todas ellas de similar importancia.

En primer lugar, la difusión de la enseñanza estaba ligada al logro de la estabilidad política interna (…) se pensaba que la educación, en la medida en que difundiera masivamente ciertos principios, contribuiría con eficacia en la tarea de eliminación de los focos de resistencia al gobierno central que permanecían, especialmente, en el interior del país.” [5]

 

          A pesar de tratarse de un proyecto político consistente, sólidamente acordado por los sectores que detentaban el poder en la Argentina,  hubo algunas diferencias en su interioridad. Mitre destacaba la importancia de educar a las futuras clases dirigentes  por lo cual mostró su preocupación por la educación secundaria y universitaria. Se trataba de formar una minoría inteligente, ilustrada, capacitada para asumir la conducción de país, pero minoría al fin, con claras intenciones elitistas. “…El saber condensado en determinado número de individuos obre sobre la masa de la ignorancia…”[6]

 El discurso de Mitre al Congreso de la Nación es muy ejemplificador al respecto. En cuanto a las acciones y decisiones baste recordar que durante su presidencia fundó el Colegio Nacional Buenos Aires, sobre la base del antiguo Colegio de Ciencias Morales y decretó la fundación de instituciones de iguales características y  planes de estudio en Catamarca, Tucumán, Mendoza, San Juan y Salta.

 

 Mediante la función política de la enseñanza  “…se tendió a formar un tipo de hombre apto para cumplir papeles políticos, excluyendo otros objetivos, tales como el de formar un hombre apto para las actividades productivas. Al fijar de esta manera su objetivo, la enseñanza se convirtió en patrimonio de una élite porque el personal político que admite cualquier sistema, y más un sistema oligárquico como el de entonces, es necesariamente reducido.

Esta característica- la de estar destinada a perpetuar en una élite las funciones directivas de la sociedad –es la que permite hablar de la educación argentina del siglo pasado como de una educación oligárquica.[7]

 

          En lo que respecta a las diferencias, Sarmiento por su parte puso su acento en la educación básica desde los inicios de su vida pública, tanto en su exilio en Chile como en todas las gestiones de gobierno que desempeñó en su país. Ya para 1850 cuando publicó su autobiografía “Recuerdos de Provincia” decía:

 

          “Desde niño he enseñado lo que sabía a cuantos he podido inducir a aprender.”[8]

 

En 1853 cuando en Santiago de Chile se convocó a un concurso buscando un proyecto organizador de la instrucción primaria de ese país, Sarmiento respondió a tal convocatoria, escribiendo su libro “Educación Común” en el cual decía:

 

          “La limosna que socorre la necesidad del momento, sin curar la incapacidad de trabajar, se ha convertido en ese vasto sistema de escuelas, que cubre hoy los Estados cristianos, y organizándose en contribuciones para su sostén. La prueba es que donde las escuelas abundan escasean los mendigos, porque se ha acudido a la fuente de la miseria. Pero ni aún la limosna dada al necesitado exonera del deber de patriota de ayudar a la mejora moral, intelectual e industrial de sus conciudadanos, como la parte de la humanidad sobre la cual debe extender su acción”.[9]

 

En cuanto a sus acciones y decisiones referidas a promover la educación pública primaria, se podrían completar muchas páginas. No obstante, abona nuestra cuestión hacer presente que en ejercicio de la Presidencia de la República , siendo su Ministro de Justicia e Instrucción Pública Nicolás Avellaneda, el único proyecto que pudo sostener fue precisamente el de la Educación Pública.

Es pertinente recordar que inspirado en el modelo estadounidense, uno de sus  planes en cuanto a políticas públicas, era la implementación de una forma de distribución de la tierra que daría origen a un país de granjeros (farmers) intentando generar relaciones más cercanas a la  igualdad entre los habitantes.

 

          “Pero en su propia nación jamás se realizaría la construcción de un país de granjeros, debido al régimen de apropiación latifundista de la tierra. (…)

          Ausentes en la realidad argentina de su tiempo el reparto de la tierra y la participación  republicana en la política, del proyecto Sarmiento sólo quedará en pie (aunque como un satélite sin su planeta) el proyecto de la educación pública.” [10]

 

         

          En cuanto a este proyecto, cabe recordar la fundación en 1870 de la Escuela Normal de Paraná, primera en su género formador de formadores y prueba suficiente de la preocupación de Sarmiento por disponer de personas capacitadas para la función docente. Entre 1870 y 1896 se fundaron treinta Escuelas Normales que reprodujeron el modelo de Paraná, cuya esencia multiplicada, aunque con algunas variaciones impuestas por modificaciones en los contextos históricos, prevaleció hasta 1969 cuando la formación de maestros para la educación primaria pasó a integrar el actualmente amplio espectro de la Educación Superior. 

          Volvamos al análisis de las diferencias al interior del proyecto oligárquico liberal. Si bien las posiciones de Mitre y de Sarmiento se centraban en intereses diversos, uno en la formación de élites y el otro en la distribución más o menos generalizada de la alfabetización básica, esto no fue causa de enfrentamientos entre ambos. Ni Mitre negaba la necesidad de la educación básica ni Sarmiento menoscababa la educación media ni la universitaria. Se trataba de una cuestión de prioridades, pero que en el fondo sustentaban la misma función social que este Estado de corte oligárquico le asignaba a la educación: la de  mantener al conjunto social estratificado, diferenciado en sectores, con restricciones de acceso al conocimiento a las capas populares que a su vez garantizaba la situación de privilegios económicos y políticos a los sectores  oligárquicos.

 Las presidencias de Avellaneda y Roca  dieron continuidad al proyecto con algunos avances en materia educativa como la Ley de Educación Común de la Provincia de Buenos Aires en 1875, la ley 1420 en 1884, de educación primaria, obligatoria, gratuita y laica y la Ley Lainez en 1905, que proponía la fundación de escuelas primarias a cargo de la Nación, allí donde fueran necesarias y las  provincias no dispusieran de los recursos necesarios para crearlas.

No obstante ninguna de estas  decisiones legislativas cambió el carácter elitista, estratificador y por ende desigualador de la función social de la educación en el período.

Como lo explica Adriana Puiggrós en una obra que ya hemos citado “¿Qué pasó en la educación argentina? “…la oligarquía detentaba el poder político, sustentaba el modelo agroexportador y concebía a la educación como el ámbito apropiado para imponer el orden (su orden) al resto de la población: peones de campo, artesanos, obreros y un sector de inmigrantes que habían logrado configurarse como una clase media con aspiraciones progresistas.”

 

          Frecuentemente se lee en la bibliografía especializada que durante el período que nos ocupa se asignó a la educación pública la función de ser igualadora social, en particular por la obligatoriedad impuesta en la Ley 1420, limitada por cierto a la educación primaria. Si bien es cierto que se buscó integrar culturalmente a los hijos de inmigrantes a la vez que alfabetizar a los hijos del país, también es cierto que faltaron igualdad de oportunidades en los estratos bajos, pues el requerimiento de mano de obra infantil de las economías regionales y la demanda de los dependientes y mandaderos (los “che pibe”) en los centros urbano, generaron la deserción escolar temprana. También es cierto que esta Ley sólo tuvo ámbito de aplicación en la Capital Federal y en los Territorios Nacionales dejando a las provincias libradas a sus propias legislaciones, ahondando así las diferencias.

El nivel académico de los programas de estudio y de la propuesta editorial no impactó favorablemente en los sectores populares, porque difícilmente los hijos de los trabajadores de escasos recursos, terminaban los estudios primarios, debiendo incorporarse tempranamente al mercado laboral en situación de precariedad.

El límite de la obligatoriedad al nivel primario, significó la restricción del acceso a las oportunidades educativas de los sectores de bajos recursos, por motivos económicos y culturales, así como la deserción temprana de dichos sectores, configuraron un sistema educativo promotor de la desigualación social, reafirmado además por la naturalización de las diferencias que legitimaba un modelo de concentración de la riqueza por un lado y de la pobreza por otro, sostenida por la función moralizadora que se le asignó a la enseñanza elemental (hoy llamada educación primaria) consistente en  mantener a las clases populares en situación de aceptación de la marginalidad socioeconómica y cultural. 

 

4-No faltó fundamento filosófico, ni razones económicas

 

          A mediados del Siglo XIX Augusto Comte (1798 -1857) había fundado en Francia el Positivismo, del que podemos hablar en nuestro país, recién hacia 1880, como un pensamiento diferente y ciertamente enfrentado al romanticismo.

          A la generación del 80 le correspondió la organización del Estado Nacional, liberal, moderno y que como tal asume la responsabilidad de la educación pública. Si leemos al Prof. Tedesco, encontramos:

 

“…existe una difundida imagen acerca del pensamiento pedagógico en los orígenes del sistema (1880-1900) que adjudica una hegemonía muy fuerte del positivismo y asocia la influencia positivista con el conjunto de rasgos que el sentido común pedagógico atribuye al sistema educativo tradicional.”[11]

 

Hemos visto ya que la oligarquía instaló un estado de ideología liberal, conveniente a un modelo de producción agroexportador y un sistema educativo que a partir de la generación del ´80 toma perfiles predominantemente positivistas,  asociado al darwinismo social que cumplía eficazmente con la función de instaurar y sostener la estratificación social que este Estado le asignó al sistema educativo, más relacionada a lo político que a lo económico.

 

“Sin embargo, el hecho de que la función principal de la educación no haya estado dirigida linealmente hacia lo económico no significa que la escuela no desempeñara ningún papel en ese sentido” [12]

 

El modelo económico demandaba mano de obra con escasa calificación. Para desempeñarse como peón de campo, dependiente de almacén, artesano u obrero, no se necesitaba una capacitación previa a la que tuviera que responder el sistema educativo; tampoco en cuanto a la industria, pues   la mano de obra empleada  en este sector  no requería de  capacitación técnica, sobre todo considerando que para la reducida demanda de calificaciones laborales técnicas y profesionales los industriales  argentinos se nutrían de personal traído de Europa, ya formados en cada especialidad.

No obstante Filmus (1999)  expresa que la escuela desempeñó algún papel en relación con la economía. Puede entenderse que éste consistió en plasmar la estratificación social e  instalar una ideología que legitimaba las diferencias, sin faltar un componente paternalista pues distribuyó entre los sectores populares contenidos culturales básicos, mínimos y homogéneos mediante el nivel de estudios primarios, por lo cual resulta más acertado pensar este proceso desde la masificación que desde la igualación. Dicho esto sin olvidar  que en los referidos sectores populares no todos accedían a los estudios primarios, ahondando las diferencias y por ende abonando los privilegios en  favor de una clase dirigente atendida por las clases bajas, a muy bajos costos.

En lo referente al acceso a la educación primaria de los estratos más bajos de la sociedad, según los análisis de Alliaud [13], al sancionarse la Ley 1420 en 1884 sólo el 25% de los niños en edad escolar primaria asistían a la escuela. Para 1892 la población escolar primaria había ascendido sólo al 50%de la totalidad de la franja etaria correspondiente al nivel. Este último porcentaje no fue igual en los diferentes territorios. Por ejemplo “hacia 1886: En la parte urbana se educa un 50% de la población infantil educable, mientras que en la parte rural sólo se educa el 20%”. [14]

En cuanto al 50% del medio urbano, éste incluye la escuela elemental inferior, de primero a cuarto grado y la escuela superior, de quinto a sexto grado. Es necesario aclarar que sólo la escuela elemental era obligatoria, lo  cual subraya el carácter desigualdor del proyecto educativo oligárquico liberal y abre el interrogante acerca de por qué no asistían a la escuela todas las niñas y todos niños en edad de recibir escolaridad primaria.

Alliaud nos ofrece algunas respuestas al destacar las siguientes características:

“La primera, se refiere al peso que mantenía la educación en el seno del hogar.

La segunda característica saliente remite al abandono escolar de aquellos niños que ingresaban a la escuela, pero que pasados los primeros años debían dejarla para incorporarse al mercado laboral” [15]

 

Sin embargo, el papel desempeñado por la escuela no se agota con estas consideraciones. Nunca mejor dicho:

 

“Al margen de las funciones manifiestas  y latentes que desde los sectores dirigentes se proponían para el sistema educativo, desde la perspectiva de la sociedad la demanda de educación fue creciente. Los sectores medios encontraron en el sistema educativo una alternativa eficaz para aumentar sus posibilidades de participación. La falta de educación era presentada como indicador de baja capacidad para el protagonismo político y como legitimadora de la exclusión de la sociedad nacional. (…)

Si bien el acceso al sistema educativo no les permitió a los sectores medios una movilidad social automática, sí les posibilitó contar con mejores elementos para potenciar su demanda por una integración social y política plena.”[16]

 

Este Estado oligárquico liberal se presenta ante el conjunto social y ante el discurrir de la historia asumiendo la responsabilidad de la educación de los habitantes del suelo argentino, es decir como un “Estado Educador”.

A las demandas educativas de los sectores medios, se sumaron las del incipiente  movimiento obrero, aún con las diferencias marcadas entre anarquistas y socialistas, detractores del Estado Educador los primeros y con fuerte demanda al Estado de parte  de los segundos, ambos  pusieron en cuestión la relación del sistema educativo con la sociedad. Entre tales relaciones interviene el papel de la escuela y sus destinatarios.

 

5- El fundamento pedagógico

 

 Hacer explícito el papel de la escuela implica poner en consideración la función docente en el marco de la Pedagogía Tradicional con todo lo que ello significa, con un fuerte protagonismo en la clase escolar y un reconocido prestigio social. Expositor por excelencia, dueño de la “sagrada palabra”, narrador de verdades indiscutibles, transmisor del conocimiento, sólo callado frente al libro, imponente frente al pizarrón con los silenciosos testigos sentados en sus pupitres prolijamente alineados en el espacio del aula, cuya mayor virtud era la obediencia, signo visible de una aceptación presumiblemente acrítica (¿acrítica?)

Permitámonos una reflexión pedagógica: si los afortunados que en el período que nos ocupa pudieron alcanzar la identidad de “alumno”, hubieran sido tan definitivamente “acríticos” (también puede leerse “obedientes”) como se los dibuja cuando se describe el escenario de un aula tradicional, ¿cómo se hubieran producido todo tipo de cambios?

Es cierto que en cada gestión de gobierno, en cada tipo de Estado, existen líneas filosóficas, políticas y pedagógico-didácticas que se imponen como tendencias oficiales en virtud de la función que el Estado le asigne a la educación, en virtud a su vez del ciudadano que se propone y que conviene formar, pero se trata de la condición humana, de ese impulso hacia la búsqueda del conocimiento, de la disponibilidad de su razón, de esa tendencia hacia la libertad que le es propia a menos que fuertes autoritarismos se lo impidan, en suma, de ser lo que somos.

Desde este lugar respecto de la condición humano, es decir desde el lugar de los destinatarios de las acciones educativas, emergen implacablemente  las posibilidades de cambio. En cada acción educativa subyace el germen de una transformación, posible porque la función docente es llevada a cabo también por seres humanos con todas las características que se mencionaron. Entonces, si bien los docentes de la época respondieron a los lineamientos de la Pedagogía Tradicional, para lo cual además es menester recordar que fueron formados, lo hicieron con un profundo compromiso social.

 

“También cabe destacar que la “impronta” que conformó el trabajo de estos docentes estuvo sustentada en una profunda utopía que dirigía, como un timón, sus proyectos escolares. La búsqueda bien intencionada de progreso de las grandes mayorías, la entrega al ser en desarrollo, la creencia de un mundo moderno mejor, atravesaba sus prácticas.

          Junto a ello y a pesar de que nunca contaron con recompensas materiales acordes con su esfuerzo, los acompañó un reconocimiento social y simbólico del valor de su trabajo.”[17]

 

          Este prestigio instalado en el imaginario social de la época responde a haber sido considerados como poseedores indiscutidos del saber que transmitían, y a haberse constituido en modelos de conducta ajustada a los valores cívicos y morales culturalmente acordados y vigentes para época, fuertemente impulsados desde el discurso hegemónico.

 

          Este prestigio amerita interrogantes sobre las causas que lo generaron, y sobre  sus consecuencias, por promover una ciudadanía que aceptaba las diferencias.

          Desde los sectores de poder se promovía una ciudadanía obediente que favorecía la consolidación de sus posiciones sociales, políticas y económicas y desde los sectores populares no se había desarrollado aún una conciencia suficientemente crítica ni generalizada como para revelarse ante las desigualdades.

          Las funciones asignadas a la educación pública abonaban estas situaciones de desigualdad apoyadas en una ideología legitimadora, engañosa y en una tradición maternalista (aunque las acciones políticas se vestían de paternalismo). Esas “segundas mamás”  ejercían la docencia convencidas de su tarea moralizante, aunque percibieran magros salarios que se compensaban con el tal prestigio social. Dicho esto sin desconocer que eran genuinas, bien intencionadas y a las que les importaba realmente que sus discípulos aprendan de sus enseñanzas. Ellas también eran “obedientes” al régimen, pero la docencia no se quedó para siempre en ese lugar…

 

          Hacia fines del Siglo XIX el positivismo ya era cuestionado en Europa, no obstante lo cual es recién a partir de1930 que comenzamos a recibir influencias filosóficas que impactaron básicamente en el sistema educativo y generaron una fuerte corriente antipositivista. Se conjugan en ella los aportes del idealismo, del espiritualismo y del culturalismo.

 

6- Reflexiones  finales

 

          En este artículo se ha pretendido plantear las causas por las cuales se afirma que la educación del período oligárquico liberal no fue igualadora, sino que se configuró como sostén de un sistema de desigualdades en el acceso a todo tipo de oportunidades.

Mediante las acciones pedagógicas con intenciones  moralizantes, difundieron e instalaron valores  favorables a las clases dominantes.

Con todos los desequilibrios sociales que esta escuela legitimó, sin embargo hay que reconocerle que sus enseñanzas influyeron y aún configuraron la cultura de la época.

Situados en la actualidad nos queda la inquietud de transformar la acción de la escuela  de modo que recupere su capacidad de difundir una cultura para estos tiempos. La escuela de la democracia debería ser básicamente trasformadora de cultura.

 Sin embargo, contrariamente a los dichos de algunos trasnochados: -los chicos ahora aprenden menos en la escuela”, un análisis riguroso demostrará que los chicos aprenden en formatos diferentes. Esto nos lleva a darnos cuenta que la escuela  de la actualidad cumple la función de conservar la cultura, pero además, debería transformarla y erigirse en constructora de formas culturales humanizantes, que deje de llamar inseguridad a la violencia y sea portadora de valores favorables al conjunto social en pleno.



[1] Terán, Oscar. Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales 1810-1980, Bs. As. Siglo XXI editores, 2008

[2] Puiggrós, Adriana. Qué pasó en la educación argentina. Breve historia desde la conquista hasta el presente. Bs. As. Galerna, 2003

[3] A pesar de las tentaciones que moviliza…pero éste es un escrito pedagógico.

[4] Puiggrós, Adriana. ob. cit.

[5] Tedesco, J.C.( 2003) Educación y Sociedad en la Argentina (1880- 1945) Bs. As. Siglo XXI Editores. Primera edición 1986. Edición ampliada en 2003

[6] Discurso de Mitre ante el senado el 16 de julio de 1870

[7] Tedesco. J.C. Op .cit. Con el Siglo pasado, Tedesco se refiere al Siglo XIX

[8] Sarmiento, Domingo F. Recuerdos de Provincia, Bs. As. Salvat, 1970

[9] Sarmiento, D. Educación Común, Bs. As. Ediciones Solar, 1987

[10] Terán Oscar. Op.cit.

[11] Tedesco J.C. La instancia educativa, En Biagini H. (comp.) El movimiento positivista argentino Bs. As. Ed. Belgrano, 1986.

[12] Filmus, Daniel. Estado, sociedad y educación en la Argentina de fin de siglo. Procesos y desafíos, Bs. As. Troquel, 1999

[13] Allaud, A. (2007) Los maestros y su historia. Los orígenes del magisterio argentino, Bs. As. Granica

 

[14] Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública- 1880-1910, en Alliaud Op.Cit

[15] Alliaud. Op. cit

[16] Filmus, D. Op.cit

[17] Davini, Maria C. La formación docente en cuestión:política y pedagogía, Bs. As, Paidós, 1995


 

Enseñar y aprender en tiempos de pandemia

Producción: Prof. Susana Lerner, 2021

 

Una mirada rápida sobre los sistemas de salud

 

 El 2020 nos enfrentó a un virus desconocido, de rápida difusión entre la gente, muy contagioso  y de consecuencias mortales: el Cobid 19. Se trata de   una experiencia inusitada, a la que el común de la gente no había concebido como posibilidad real, ni mucho menos cotidiana ni permanente.

Una experiencia que rápidamente tomó características de pandemia, hasta entonces sólo previsible en algunas comunidades científicas, por un lado y por otro,  utilizada como argumento en la industria cinematográfica.

Lo cierto es que para el común de la gente, al que nos referimos en el primer párrafo, la pandemia no tenía entidad real. Incluso, al menos en forma manifiesta, no contaba en las partidas  presupuestarias  de ningún Estado Nacional, por lo tanto no se contemplaba en las políticas públicas de las diferentes gestiones de gobierno. Prueba de ello son las insuficiencias de los sistemas de salud, aún de los países más desarrollados, para atender a las urgencias que impone esta pandemia.

 No obstante algunos  países con mayores visiones de futuro y ambiciones de poder, destinan parte de su presupuesto a la inversión para el financiamiento de la educación y de la investigación científico tecnológica, aunque no específicamente previendo una pandemia como la generada por el Cobid 19, sino apostando no sólo a la mejor calidad de vida de su poblaciones, sino también, buscando la hegemonía del poder político y económico.

Hemos hecho referencia a los sistemas de salud y sus insuficiencias en la pandemia, haciendo rápidas miradas  sobre ellos, pero nuestra ocupación central radica en los sistemas educativos. Dicho esto sin desconocer la complementariedad existente entre ambos sistemas.

Una mirada detenida sobre los sistemas educativos

Tampoco ningún país, al menos que se sepa, realizó prevenciones respecto de educar en tiempos de pandemia, con la consecuente necesidad de aislamiento social. La asistencia de las y los educadores y de las y los educandos, en las instituciones educativas de los diversos niveles de los sistemas educativos, se ha ido naturalizando progresivamente a partir de la modernidad. Se instalaron entonces en la sociedad, debates sobre la legislación escolar, la obligatoriedad, la gratuidad, el carácter laico o confesional de la enseñanza, la inclusión, la marginación, las igualdades y las desigualdades ante las oportunidades educativas, las críticas hacia la escuela, pero la presencialidad y la virtualidad como modalidades para aprender y enseñar, no habían sido parte de estos debates, hasta ahora…

Sin embargo la necesidad de aislamientos preventivos, nos ha puesto ante una experiencia con características singulares, enfrentándonos a una situación nueva, no pensada y hubo que ponerse a resolverla, a buscar respuestas, es decir, a buscar el conocimiento necesario para ello.

En el mundo académico, a la búsqueda consciente del conocimiento, desde una perspectiva abarcadora del universo de los saberes, cuando se buscan sus primeras causas y sus primeros principios,  la situamos en la filosofía. Entonces nos preguntamos cuándo buscamos el conocimiento, es decir, cuándo ejercemos la filosofía. En tal caso nos estamos interrogando acerca de sus orígenes.

En una línea clásica del pensamiento filosófico, ordenada cronológicamente se reconocen tres posibles orígenes: el asombro, la duda y las situaciones límites. …” se dice, desde Platón y Aristóteles, que el asombro o sorpresa es el origen de la filosofía, lo que hace que uno se pregunte por lo que ocasiona la sorpresa; y la pregunta lo lleva al hombre a buscar el conocimiento.” (…) el asombro filosófico es ante la totalidad del ente, ante el mundo” (Carpio, 1973)

Sin embargo el conocimiento filosófico resultante del asombro, ha merecido tantas respuestas como sistemas filosóficos se ha planteado el hombre.

“Esta situación lleva al filósofo a someter a crítica nuestro conocimiento y nuestras facultades de conocer, y es entonces la duda, la desconfianza radical ante el saber, lo que se convierte en origen de la filosofía  (…) Nace la duda cuando nos damos cuenta de este estado de cosas, de la falibilidad de las percepciones y de los razonamientos” (Carpio, 1973)

La duda nos pone ante la reflexión sobre nosotros mismos, hasta hacernos tomar conciencia de las situaciones que debemos enfrentar. Tales situaciones, al decir de Karl Jaspers, pueden ser de dos tipos. Hay situaciones que podemos modificar, como nuestros proyectos de vida, nuestro  lugar de residencia, por  ejemplo. Pero hay otro tipo de situaciones que no podemos modificar a voluntad.

“Se trata, entonces de situaciones insuperables, situaciones más allá de las cuales no se pude ir, situaciones que el hombre no puede cambiar porque son constitutivas de su existencia, es decir, son las propias de ser-hombres. Porque el hombre no puede dejar de morir, no puede escapar al sufrimiento, ni puede evitar hacerse siempre culpable de una u otra manera” (Carpio, 1973)

Si bien no las podemos modificar, nos es posible mediante la reflexión y la búsqueda de conocimiento, tomar conciencia de ellas, que además indican nuestra finitud, constituyendo el tercer origen de la filosofía.

Regresemos a la pregunta sobre cuándo buscamos el conocimiento. Si miramos nuestra realidad hoy, y ampliamos nuestra mirada abarcando todas las naciones del mundo, nos encontraremos en primer plano el Cobid 19 ¡Vaya que nos ha asombrado, nos ha generado muchas dudas y nos ha enfrentado a situaciones límites como la muerte, el dolor, la enfermedad!

No obstante, como toda problemática humana, especialmente ante pandemia tan intempestiva como la que atravesamos, la indagación  totalizadora de la filosofía, de la cual partimos para darnos una primera aproximación y abrirnos el camino de una comprensión fundamentada y totalizadora, no nos lo resuelve todo. Necesitamos de la ciencia y aun de los conocimientos vulgares.

La ciencia se aplicó al descubrimiento de tratamientos y vacunas y quién no se puso a averiguar cómo proveerse de un barbijo, una alfombra sanitizante y a la compra de productos antibacterianos.

Necesitamos todo tipo de conocimientos pero además, necesitamos situarnos en esta nueva realidad. En tal sentido, esta pandemia nos ha puesto frente  a una contingencia y básicamente, a vivir contundentemente nuestro tiempo, esta Modernidad líquida, al decir de Sigmund Bauman[1], signada por la incertidumbre.

¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? Al respecto hemos tenido búsquedas y encuentros ante los cuales fuimos construyendo algunas respuestas que nos llevan a preguntarnos hoy ¿Qué aprendimos, qué pudimos construir? ¿Quiénes participaron de los encuentros? O mejor ¿qué encontramos?

Son preguntas que se pueden responder desde múltiples lugares, pero vamos a hacerlo desde los que aprendemos y los que enseñamos.

En principio se nos hace necesario  establecer relaciones causales entre estas preguntas. Si lo que debemos hacer es aprender, como ante toda situación nueva, habrá que considerar el cómo hacerlo.

Hemos insistido vehementemente en Didáctica sobre la necesidad de implementar estrategias de enseñanza que promuevan en las y los estudiantes la[i] elaboración de sus propias estrategias de aprendizaje, porque de no ser así, ellas y ellos estarían siempre dependiendo de un profesor o profesora que determine sus relaciones con el conocimiento, que les indiquen qué, cómo y para qué  ponerse a la búsqueda de dichos conocimientos. (Anijovich, 2014)

Si este fuera el caso los aprendizajes de las y los jóvenes estudiantes carecerían de sentidos propios y qué pasaría cuando hayan finalizado su tránsito por el sistema educativo. Cuesta pensar que en los muchos años de vida que les quedan, no van a estar capacitados para buscar por sí mismos los saberes que vayan necesitando  para resolver las cuestiones que se les presenten. Por eso es tan importante trabajar en vistas a lograr la autonomía de nuestros estudiantes, hacerlos pensar, resolver problemáticas, orientaros a poner en palabras sus dudas, sus inquietudes, sus certezas.

Claro está que para tales logros, la presencialidad de las clases nos venía muy bien, porque encontrarnos en las aulas  nos permitía  ejercer la mayéutica socrática, ese juego maravilloso de preguntarnos y respondernos y del que nos privó el aislamiento social, tan obligatorio como necesario. A cambio, nos trajo la virtualidad de las clases. Comenzamos a vernos y escucharnos mediante videoconferencias, que nos limitaron las posibilidades de dialogar como lo veníamos haciendo en la presencialidad, sobre todo al principio de la pandemia. Si bien nos podíamos ver en la pantalla de computadoras y celulares, desarrollar algunas explicaciones, preguntarnos, plantear algunas dudas, sin embargo  se perfilaron algunos obstáculos: por un lado, la falta de conectividad de muchos estudiantes que impidió que la totalidad de los alumnos del curso se unieran a las videoconferencias. Por otro lado, aun teniendo conectividad, el uso de la tecnología como recurso para aprender y enseñar representó una dificultad para muchos, dado que hasta este momento, en términos generales, no se consideraba un recurso de relevancia. Para qué hacer una videoconferencia si nos reuníamos en el aula, por ejemplo. Consideremos también el apego al texto impreso y la centralidad del libro (Barbero, 2008…)

Pero además, las reservas de las y los estudiantes respecto de hablar ante un grupo de interlocutores a través de la pantalla. El tener vergüenza y no animarse a preguntar o a hacer comentarios. Esto también nos pasaba en la presencialidad, pero era más simple de superar, creando un ambiente de cordialidad en el aula que les iba dando la confianza necesaria para ir despojándose de prejuicios, de ese temor tan generalizado de quedar en ridículo.

Es dable pensar que, resguardados por la pantalla se animarían  a participar más activamente, no obstante la pantalla se interpuso entre nosotros, los que enseñamos y los que aprendemos y nos costó superar la falta del cara a cara, las miradas, las posturas corporales, la gestualidad con que nos comunicábamos… Hay que destacar que la pantalla no fue la única herramienta que nos brindó la tecnología, también el WhatsApp y los correos electrónicos   hicieron su aporte, con la ventaja de que el uso de estos dos últimos recursos, la mayoría de nosotros y nosotras ya lo teníamos incorporado, aunque no específicamente para facilitar el acceso al conocimiento. Tanto el WhatsApp, como el correo electrónico eran utilizados para establecer relaciones sociales y comerciales.

Sin embargo, avanzado el año 2020 todas y todos nos fuimos animando y haciéndonos más participativos y participativas, recursos tecnológicos mediante, porque así es, porque esas cosas se logran en la educación, que aun pantalla mediante, no deja de ser una práctica social.

Entonces aquí van las primeras respuestas:

-aprendimos a ir superando la pantalla,

-aprendimos que la tecnología no nos impide comunicarnos para aprender y enseñar, al contrario, es facilitadora y nos permite expresar dudas, inquietudes, certezas y hasta compartir temores e inseguridades.

-aprendimos que por medio de un mensaje por WhatsApp, o un e- meil por correo electrónico o un comentario en el tablón de la google classroom, nos podíamos sentir acompañados, fortalecidos por el otro, en todas las debilidades y temores ante las novedosas situaciones de aprender y enseñar, más allá de la presencialidad de las aulas tradicionales.

-aprendimos a ser autónomos frente a la pantalla y frente a los aprendizajes.

-aprendimos que esta autonomía nos puso en claro dos cuestiones. Una visibilizó que aprender no es privativo de las y los estudiantes. Maestros y profesores tuvimos  que ponernos a la tarea de aprender a enseñar en la virtualidad que nos sorprendió a todas y a todos y que nos dejó inquietos ante la incertidumbre de lo desconocido, tanto como a nuestras y nuestros estudiantes. La otra cuestión es que autonomía no significa soledad, porque es una construcción tan social como cualquier otra práctica.

Veamos cómo lo dice Brailovsky (2019):

“Hablar de la enseñanza es hablar de este necesario conjunto de ambigüedades, de desfasajes, de ambiciones truncas y utopías imprescindibles (que son dos modos deferentes de nombrar la misma cosa) y hablar de didáctica es, también, hablar del otro, de la alteridad y la brecha que conecta a la persona con los otros, que es el espacio donde la enseñanza tiene lugar”

 

En esta dirección nos vimos impelidos a utilizar una herramienta fundamental para el ejercicio de la autonomía y para comunicarnos: la escritura,

 

-aprendimos a visualizarla como vehículo para poner en palabras escritas, nuestras dudas, inquietudes, certezas, incertidumbres, nuestros juicios de valor y algo muy interesante fue aprender a leer al otro, a lo que el otro tenía para decir escribiéndolo.

 

-aprendimos a ser autónomos no sólo siendo dueño de nuestras propias  palabras,  sino también compartiendo, mediante la lectura, las palabras de los otros.

 

Cuantas veces, al disponernos a escuchar al otro, hemos pensado -¿qué tiene mi interlocutor para decir? Ahora podemos agregarle un costado a esta disposición de ánimo y pensar -¿qué tiene mi interlocutor para escribirme?

Hemos tenido que agregarle a la oralidad para comunicarnos, la palabra escrita,  para lo cual los tiempos son diferentes. Entre un mensaje que se recibe o se envía y uno que se responde, hay un intervalo de tiempo. Lo dicho por  escrito, podemos revisarlo antes de enviarlo a su destinatario, podemos modificarlo,  podemos detenernos a analizar la intencionalidad y el estilo de cuanto queremos decir, podemos endurecerlo o suavizarlo.

 

Reflexionar sobre nuestra escritura y sobre la escritura del otro, es ampliar las oportunidades y especificidades del diálogo consigo mismo y con los demás.

En todo este proceso, las profesoras y los profesores tuvimos la oportunidad de comprender que nuestras chicas y nuestros chicos, pueden ser más autónomos de lo que pensábamos. Como contrapartida, ellas y ellos tuvieron la oportunidad de asumir sus propias posibilidades de ejercer su autonomía.

 

Si nuestras y nuestros estudiantes se ponen a mirar hacia atrás, hacia los comienzos del 2020, podrán descubrir cuántas cosas pudieron hacer independientemente, por supuesto con el acompañamiento de sus profesoras y profesores, de sus compañeros y compañeras.

 

Ante tantas incertidumbres y situaciones  inéditas podemos permitirnos habitar un lugar común, como son los conocidos versos de Antonio Machado: …Al andar se hace camino / y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar.

 

Después de las experiencias de 2020, no volveremos a pisar las mismas sendas, porque ya no seremos los mismos, dado que hemos aprendido mucho

 

Bibliografía:

 

Anijovich, Rebeca. Gestionar una escuela con aulas heterogéneas. Enseñar y aprender en la diversidad. Bs. As. Ed. Paidós

Barbero, J. (2008) Reconfiguraciones de la comunicación entre escuela y sociedad. En T. Fanfani, Nuevos temas en la agenda de política educativa, Bs. As. Siglo XXI editores.

Bauman, S. (2003) Modernidad Líquida, México, Fondo de Cultura Económica

Brailovsky, Daniel. (2019) Pedagogía (entre paréntesis), Bs. As. Ed Noveduc

Carpio, Adolfo (1973) Principios de Filosofía Bs. As. Ed. Glauco



[1]Bauman distingue la Modernidad sólida de la Modernidad líquida tomando como metáfora algunas propiedades de la materia. Así llama sólida a la Modernidad bajo el imperio de lo duradero, lo estable, lo que conserva su forma a través del tiempo. Lo previsible que se ajusta a los cánones preestablecidos a partir de la racionalidad instrumental. Son tiempos de certezas duraderas.

En cuanto a la Modernidad líquida, hace referencia a la fluidez de todo acontecer, donde todo cambia rápidamente, por lo que se trata de lo impredecible y en ocasiones hasta intempestivo, lo que origina incertidumbre ante las variaciones que se producen en la vida y el desarrollo de las sociedades.