Enseñar y aprender en tiempos de pandemia
Producción: Prof. Susana Lerner, 2021
Una mirada rápida sobre los sistemas de salud
El 2020 nos enfrentó a un virus
desconocido, de rápida difusión entre la gente, muy contagioso y de consecuencias mortales: el Cobid 19. Se
trata de una experiencia inusitada, a la que el común
de la gente no había concebido como posibilidad real, ni mucho menos cotidiana
ni permanente.
Una experiencia que rápidamente tomó características de pandemia, hasta
entonces sólo previsible en algunas comunidades científicas, por un lado y por
otro, utilizada como argumento en la
industria cinematográfica.
Lo cierto es que para el común de la gente, al que nos referimos en el
primer párrafo, la pandemia no tenía entidad real. Incluso, al menos en forma
manifiesta, no contaba en las partidas presupuestarias
de ningún Estado Nacional, por lo tanto no
se contemplaba en las políticas públicas de las diferentes gestiones de
gobierno. Prueba de ello son las insuficiencias de los sistemas de salud, aún
de los países más desarrollados, para atender a las urgencias que impone esta
pandemia.
No obstante algunos países con mayores visiones de futuro y
ambiciones de poder, destinan parte de su presupuesto a la inversión para el
financiamiento de la educación y de la investigación científico tecnológica,
aunque no específicamente previendo una pandemia como la generada por el Cobid
19, sino apostando no sólo a la mejor calidad de vida de su poblaciones, sino
también, buscando la hegemonía del poder político y económico.
Hemos hecho referencia a los sistemas de salud y sus insuficiencias en la
pandemia, haciendo rápidas miradas sobre
ellos, pero nuestra ocupación central radica en los sistemas educativos. Dicho
esto sin desconocer la complementariedad existente entre ambos sistemas.
Una mirada detenida sobre los sistemas educativos
Tampoco ningún país, al menos que se sepa, realizó prevenciones respecto de
educar en tiempos de pandemia, con la consecuente necesidad de aislamiento
social. La asistencia de las y los educadores y de las y los educandos, en las
instituciones educativas de los diversos niveles de los sistemas educativos, se
ha ido naturalizando progresivamente a partir de la modernidad. Se instalaron
entonces en la sociedad, debates sobre la legislación escolar, la
obligatoriedad, la gratuidad, el carácter laico o confesional de la enseñanza,
la inclusión, la marginación, las igualdades y las desigualdades ante las
oportunidades educativas, las críticas hacia la escuela, pero la presencialidad
y la virtualidad como modalidades para aprender y enseñar, no habían sido parte
de estos debates, hasta ahora…
Sin embargo la necesidad de aislamientos preventivos, nos ha puesto ante
una experiencia con características singulares, enfrentándonos a una situación nueva,
no pensada y hubo que ponerse a resolverla, a buscar respuestas, es decir, a
buscar el conocimiento necesario para ello.
En el mundo académico, a la búsqueda consciente del conocimiento, desde una
perspectiva abarcadora del universo de los saberes, cuando se buscan sus primeras
causas y sus primeros principios, la
situamos en la filosofía. Entonces nos preguntamos cuándo buscamos el conocimiento,
es decir, cuándo ejercemos la filosofía. En tal caso nos estamos interrogando
acerca de sus orígenes.
En una línea clásica del pensamiento filosófico, ordenada cronológicamente
se reconocen tres posibles orígenes: el asombro, la duda y las situaciones
límites. …” se dice, desde Platón y
Aristóteles, que el asombro o sorpresa es el origen de la filosofía, lo que
hace que uno se pregunte por lo que ocasiona la sorpresa; y la pregunta lo
lleva al hombre a buscar el conocimiento.” (…) el asombro filosófico es ante la
totalidad del ente, ante el mundo” (Carpio, 1973)
Sin embargo el conocimiento filosófico resultante del asombro, ha merecido
tantas respuestas como sistemas filosóficos se ha planteado el hombre.
“Esta situación lleva al
filósofo a someter a crítica nuestro conocimiento y nuestras facultades de
conocer, y es entonces la duda, la desconfianza radical ante el saber, lo que
se convierte en origen de la filosofía (…) Nace la duda cuando nos damos cuenta de este
estado de cosas, de la falibilidad de las percepciones y de los razonamientos” (Carpio, 1973)
La duda nos pone ante la reflexión sobre nosotros mismos, hasta hacernos
tomar conciencia de las situaciones que debemos enfrentar. Tales situaciones,
al decir de Karl Jaspers, pueden ser de dos tipos. Hay situaciones que podemos
modificar, como nuestros proyectos de vida, nuestro lugar de residencia, por ejemplo. Pero hay otro tipo de situaciones que
no podemos modificar a voluntad.
“Se trata, entonces de
situaciones insuperables, situaciones más allá de las cuales no se pude ir,
situaciones que el hombre no puede cambiar porque son constitutivas de su
existencia, es decir, son las propias de ser-hombres. Porque el hombre no puede
dejar de morir, no puede escapar al sufrimiento, ni puede evitar hacerse
siempre culpable de una u otra manera” (Carpio, 1973)
Si bien no las podemos modificar, nos es posible mediante la reflexión y la
búsqueda de conocimiento, tomar conciencia de ellas, que además indican nuestra
finitud, constituyendo el tercer origen de la filosofía.
Regresemos a la pregunta sobre cuándo buscamos el conocimiento. Si miramos
nuestra realidad hoy, y ampliamos nuestra mirada abarcando todas las naciones
del mundo, nos encontraremos en primer plano el Cobid 19 ¡Vaya que nos ha
asombrado, nos ha generado muchas dudas y nos ha enfrentado a situaciones
límites como la muerte, el dolor, la enfermedad!
No obstante, como toda problemática humana, especialmente ante pandemia tan
intempestiva como la que atravesamos, la indagación totalizadora de la filosofía, de la cual
partimos para darnos una primera aproximación y abrirnos el camino de una
comprensión fundamentada y totalizadora, no nos lo resuelve todo. Necesitamos
de la ciencia y aun de los conocimientos vulgares.
La ciencia se aplicó al descubrimiento de tratamientos y vacunas y quién no
se puso a averiguar cómo proveerse de un barbijo, una alfombra sanitizante y a
la compra de productos antibacterianos.
Necesitamos todo tipo de conocimientos pero además, necesitamos situarnos
en esta nueva realidad. En tal sentido, esta pandemia nos ha puesto frente a una contingencia y básicamente, a vivir
contundentemente nuestro tiempo, esta Modernidad líquida, al decir de Sigmund
Bauman[1], signada
por la incertidumbre.
¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? Al respecto hemos tenido búsquedas y encuentros
ante los cuales fuimos construyendo algunas respuestas que nos llevan a
preguntarnos hoy ¿Qué aprendimos, qué pudimos construir? ¿Quiénes participaron
de los encuentros? O mejor ¿qué encontramos?
Son preguntas que se pueden responder desde múltiples lugares, pero vamos a
hacerlo desde los que aprendemos y los que enseñamos.
En principio se nos hace necesario
establecer relaciones causales entre estas preguntas. Si lo que debemos
hacer es aprender, como ante toda situación nueva, habrá que considerar el cómo
hacerlo.
Hemos insistido vehementemente en Didáctica sobre la necesidad de
implementar estrategias de enseñanza que promuevan en las y los estudiantes la[i]
elaboración de sus propias estrategias de aprendizaje, porque de no ser así,
ellas y ellos estarían siempre dependiendo de un profesor o profesora que determine
sus relaciones con el conocimiento, que les indiquen qué, cómo y para qué ponerse a la búsqueda de dichos conocimientos.
(Anijovich, 2014)
Si este fuera el caso los aprendizajes de las y los jóvenes estudiantes
carecerían de sentidos propios y qué pasaría cuando hayan finalizado su
tránsito por el sistema educativo. Cuesta pensar que en los muchos años de vida
que les quedan, no van a estar capacitados para buscar por sí mismos los
saberes que vayan necesitando para
resolver las cuestiones que se les presenten. Por eso es tan importante
trabajar en vistas a lograr la autonomía de nuestros estudiantes, hacerlos
pensar, resolver problemáticas, orientaros a poner en palabras sus dudas, sus
inquietudes, sus certezas.
Claro está que para tales logros, la presencialidad de las clases nos venía
muy bien, porque encontrarnos en las aulas nos permitía
ejercer la mayéutica socrática, ese juego maravilloso de preguntarnos y
respondernos y del que nos privó el aislamiento social, tan obligatorio como necesario.
A cambio, nos trajo la virtualidad de las clases. Comenzamos a vernos y
escucharnos mediante videoconferencias, que nos limitaron las posibilidades de
dialogar como lo veníamos haciendo en la presencialidad, sobre todo al
principio de la pandemia. Si bien nos podíamos ver en la pantalla de computadoras
y celulares, desarrollar algunas explicaciones, preguntarnos, plantear algunas
dudas, sin embargo se perfilaron algunos
obstáculos: por un lado, la falta de conectividad de muchos estudiantes que
impidió que la totalidad de los alumnos del curso se unieran a las
videoconferencias. Por otro lado, aun teniendo conectividad, el uso de la
tecnología como recurso para aprender y enseñar representó una dificultad para
muchos, dado que hasta este momento, en términos generales, no se consideraba
un recurso de relevancia. Para qué hacer una videoconferencia si nos reuníamos
en el aula, por ejemplo. Consideremos también el apego al texto impreso y la
centralidad del libro (Barbero, 2008…)
Pero además, las reservas de las y los estudiantes respecto de hablar ante
un grupo de interlocutores a través de la pantalla. El tener vergüenza y no
animarse a preguntar o a hacer comentarios. Esto también nos pasaba en la
presencialidad, pero era más simple de superar, creando un ambiente de
cordialidad en el aula que les iba dando la confianza necesaria para ir
despojándose de prejuicios, de ese temor tan generalizado de quedar en
ridículo.
Es dable pensar que, resguardados por la pantalla se animarían a participar más activamente, no obstante la
pantalla se interpuso entre nosotros, los que enseñamos y los que aprendemos y
nos costó superar la falta del cara a cara, las miradas, las posturas
corporales, la gestualidad con que nos comunicábamos… Hay que destacar que la
pantalla no fue la única herramienta que nos brindó la tecnología, también el
WhatsApp y los correos electrónicos
hicieron su aporte, con la ventaja de que el uso de estos dos últimos recursos,
la mayoría de nosotros y nosotras ya lo teníamos incorporado, aunque no específicamente
para facilitar el acceso al conocimiento. Tanto el WhatsApp, como el correo
electrónico eran utilizados para establecer relaciones sociales y comerciales.
Sin embargo, avanzado el año 2020 todas y todos nos fuimos animando y
haciéndonos más participativos y participativas, recursos tecnológicos mediante,
porque así es, porque esas cosas se logran en la educación, que aun pantalla
mediante, no deja de ser una práctica social.
Entonces aquí van las primeras respuestas:
-aprendimos a ir superando la pantalla,
-aprendimos que la tecnología no nos impide comunicarnos para aprender y
enseñar, al contrario, es facilitadora y nos permite expresar dudas,
inquietudes, certezas y hasta compartir temores e inseguridades.
-aprendimos que por medio de un mensaje por WhatsApp, o un e- meil por
correo electrónico o un comentario en el tablón de la google classroom, nos
podíamos sentir acompañados, fortalecidos por el otro, en todas las debilidades
y temores ante las novedosas situaciones de aprender y enseñar, más allá de la
presencialidad de las aulas tradicionales.
-aprendimos a ser autónomos frente a la pantalla y frente a los
aprendizajes.
-aprendimos que esta autonomía nos puso en claro dos cuestiones. Una visibilizó
que aprender no es privativo de las y los estudiantes. Maestros y profesores
tuvimos que ponernos a la tarea de
aprender a enseñar en la virtualidad que nos sorprendió a todas y a todos y que
nos dejó inquietos ante la incertidumbre de lo desconocido, tanto como a
nuestras y nuestros estudiantes. La otra cuestión es que autonomía no significa
soledad, porque es una construcción tan social como cualquier otra práctica.
Veamos cómo lo dice Brailovsky (2019):
“Hablar de la enseñanza es
hablar de este necesario conjunto de ambigüedades, de desfasajes, de ambiciones
truncas y utopías imprescindibles (que son dos modos deferentes de nombrar la
misma cosa) y hablar de didáctica es, también, hablar del otro, de la alteridad
y la brecha que conecta a la persona con los otros, que es el espacio donde la
enseñanza tiene lugar”
En esta dirección nos vimos
impelidos a utilizar una herramienta fundamental para el ejercicio de la autonomía
y para comunicarnos: la escritura,
-aprendimos a visualizarla
como vehículo para poner en palabras escritas, nuestras dudas, inquietudes,
certezas, incertidumbres, nuestros juicios de valor y algo muy interesante fue
aprender a leer al otro, a lo que el otro tenía para decir escribiéndolo.
-aprendimos a ser autónomos
no sólo siendo dueño de nuestras propias palabras,
sino también compartiendo, mediante la lectura, las palabras de los
otros.
Cuantas veces, al
disponernos a escuchar al otro, hemos pensado -¿qué tiene mi interlocutor para
decir? Ahora podemos agregarle un costado a esta disposición de ánimo y pensar
-¿qué tiene mi interlocutor para escribirme?
Hemos tenido que agregarle
a la oralidad para comunicarnos, la palabra escrita, para lo cual los tiempos son diferentes.
Entre un mensaje que se recibe o se envía y uno que se responde, hay un
intervalo de tiempo. Lo dicho por
escrito, podemos revisarlo antes de enviarlo a su destinatario, podemos
modificarlo, podemos detenernos a
analizar la intencionalidad y el estilo de cuanto queremos decir, podemos endurecerlo
o suavizarlo.
Reflexionar sobre nuestra
escritura y sobre la escritura del otro, es ampliar las oportunidades y
especificidades del diálogo consigo mismo y con los demás.
En todo este proceso, las
profesoras y los profesores tuvimos la oportunidad de comprender que nuestras
chicas y nuestros chicos, pueden ser más autónomos de lo que pensábamos. Como
contrapartida, ellas y ellos tuvieron la oportunidad de asumir sus propias
posibilidades de ejercer su autonomía.
Si nuestras y nuestros
estudiantes se ponen a mirar hacia atrás, hacia los comienzos del 2020, podrán
descubrir cuántas cosas pudieron hacer independientemente, por supuesto con el
acompañamiento de sus profesoras y profesores, de sus compañeros y compañeras.
Ante
tantas incertidumbres y situaciones
inéditas podemos permitirnos habitar un lugar común, como son los
conocidos versos de Antonio Machado: …Al
andar se hace camino / y al volver la
vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar.
Después
de las experiencias de 2020, no volveremos a pisar las mismas sendas, porque ya
no seremos los mismos, dado que hemos aprendido mucho
Bibliografía:
Anijovich, Rebeca. Gestionar una
escuela con aulas heterogéneas. Enseñar y aprender en la diversidad. Bs.
As. Ed. Paidós
Barbero, J. (2008) Reconfiguraciones
de la comunicación entre escuela y sociedad. En T. Fanfani, Nuevos temas en la agenda de política educativa,
Bs. As. Siglo XXI editores.
Bauman, S. (2003) Modernidad Líquida,
México, Fondo de Cultura Económica
Brailovsky, Daniel. (2019) Pedagogía
(entre paréntesis), Bs. As. Ed Noveduc
Carpio, Adolfo (1973) Principios de
Filosofía Bs. As. Ed. Glauco
[1]Bauman
distingue la Modernidad sólida de la Modernidad líquida tomando como metáfora
algunas propiedades de la materia. Así llama sólida a la Modernidad bajo el
imperio de lo duradero, lo estable, lo que conserva su forma a través del tiempo.
Lo previsible que se ajusta a los cánones preestablecidos a partir de la
racionalidad instrumental. Son tiempos de certezas duraderas.
En cuanto a la Modernidad líquida, hace referencia a
la fluidez de todo acontecer, donde todo cambia rápidamente, por lo que se
trata de lo impredecible y en ocasiones hasta intempestivo, lo que origina
incertidumbre ante las variaciones que se producen en la vida y el desarrollo
de las sociedades.
Cuánta verdad hay en el texto! Fue y va a seguir siendo un verdadero desafío enseñar y aprender bajo las reglas que originó esta pandemia. Lo cierto es que al hacerle frente a ese desafío fuimos recopilando información, construyendo nuevos conocimientos (sin darnos cuenta a veces) y dando lugar a ese "nacimiento" de una nueva idea que antes surgía en la presencialidad, ahora en el encuentro vía meet o zoom. Se logró? Y yo creo que sí. Y creo que podemos seguir avanzando, sin prisa pero sin pausa. Sigue siendo un desafío? Por supuesto que sí!. Creo que hay varias cuestiones claves: la preparación, la construcción, la reflexión, la perseverancia, el esfuerzo y el compañerismo. A seguir!!!
ResponderEliminarDe acuerdo Marli. Es todo un desafía que debemos enfrentar con voluntad de cambio para seguir avanzando. La educación es la formación del hombre, es lo que nos hace ser seres humanos y nuestra misión es sostenerla, conservándola y transformándola cuando las circunstancias así lo requieren.
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