No era falangista.
No era rojo.
Era simplemente un joven en la España de 1936 que tenía
que hacer la milicia y tuvo que pelear para Franco.
Tuvo que matar para Franco y Franco
mató en él muchas cosas: su libertad de conciencia, su capacidad de elección, sus ilusiones y sus alegrías de
muchacho crecido en una aldea en medio de las montañas asturianas.
Sólo tenía veinte años y la
obligación de hacer la milicia.
Combatió durante todos los años de
la guerra civil y a su fin regresó a su lugar a buscar a aquella muchacha…
Por entonces sólo le quedaba la
mitad de su vida, la otra, la que le mató Franco quedó en los campos, en las
montañas, en el frío y el cansancio de cada enfrentamiento.
Como recompensa por sus servicios,
lo emplearon en la fábrica nacional de cañones en Trubia. Allí formó su familia.
Allí les tocó ser testigos de los crímenes que siguió cometiendo Franco. A diez
años de finalizada oficialmente la guerra, seguían las persecuciones, los
asesinatos de quienes pensaban diferente o de quienes eran diferentes, se
premiaban las delaciones, se mantenían vigentes las tarjetas de racionamiento
de los alimentos y el mercado negro.
Convencido que la situación, cada
vez más tensa iba a generar una reacción de la gente y con la plena convicción
de no querer vivir otra guerra, tomó a su mujer y a su hijo, juntó sus cosas y
partió para la Argentina.
Las huellas de la guerra en su
cuerpo, no lo perdonaron. Sus riñones, afectados por el frío de Teruel, donde
con sus compañeros dormían sobre el hielo tapados con el capote, se le
rindieron en la plenitud de sus años.
A la distancia Franco mató lo que
quedaba de él. Comprendió su fin:
-¡No te vuelvas a España!
-¡No me dejes en esta Argentina,
vivo ni muerto!
-¡Quédate y dale escuela al niño!
Ella cumplió el mandato, porque aquí
se les hicieron espacios laborales y culturales generosamente “a todos los
hombres de buena voluntad que quisieran habitar el suelo argentino”.
Varias décadas después, España
respondió con la ley de extranjería…
La misma España que hoy se sigue
debiendo a sí misma el debate sobe los crímenes de Franco durante la guerra
civil y después de ella.
La vieja falange hoy se resguarda
detrás de las voces de mando del partido popular.
Un sector heredero de las víctimas
de la dictadura franquista intenta pedir justicia y recuperar el recuerdo y la
dignidad de los seres perdidos, entre los cuales hubo niños. Pero el conjunto
social no los acompaña con la fuerza y la presencia que el caso requiere.
Habrá acuerdos y desacuerdos con respecto
al juicio a Baltazar Garzón, no obstante hasta el momento sólo se escuchan las
voces fuertes de la resaca falangista y apenas un apoyo tibio al juez, casi un
murmullo.
Se trata de mucho más que el
cuestionamiento del juez Garzón. Es la historia de una guerra que no hay
voluntad de terminar, es la falta de memoria colectiva, la negación al diálogo
social, es desestimar la búsqueda de la verdad.
¿Cómo se puede avanzar en la
construcción de un país si no se resuelven los problemas del pasado? ¿Con qué
valores enfrentarán su actual crisis económica, si persiste una actitud
negadora de una realidad anterior que influye sobre su situación actual?
Cualquier sociedad en crisis para encontrar la
solución a sus problemáticas de toda índole que puedan aquejarla necesita del
consenso y para lograrlo hay que discutir las diferencias y cerrar cuestiones
que los afectan. El acuerdo absoluto es inalcanzable y no se corresponde con el
perfil cultural de ningún conjunto social, pero el diálogo conduce a un
entendimiento básico para edificar sobre las diferencias.
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