domingo, 5 de febrero de 2012

Julia Silber



            Todo en ella era claridad: su piel muy blanca, su cabello cenizado, sus ojos  celeste claro y por sobre todo la claridad de su pensamiento.
Yo siempre la llamé Julita. Ni sé por qué causas le ponía diminutivo a su nombre siendo que desde siempre la pensé como una “grande”…quizá porque desde siempre la quise mucho y la admiré sinceramente, como muchos colegas de mi especialidad. Es que ella era uno de esos  seres realmente amorosos que te brindan generosamente cuanto poseen en materia de conocimiento y que a la vez se brindan a sí mismos desde la cualidad cálida de un ser humano a otro.
Julita y yo no fuimos amigas íntimas, no trabajamos juntas, no compartimos el día a día, sin embargo tuvimos una larga historia que comenzó cuando yo iniciaba mi carrera en la Facultad y ella, un para de años mayor, ya era ayudante de la cátedra de Pedagogía General de Ricardo Nassif. Allí comenzó esa larga historia en la cual yo comencé a aprender de ella y a disfrutar de la confianza pedagógica que nos dispensamos una a la otra.
Nos perdimos en los años de la dictadura. Nos reencontramos cuando nos visitó en el Instituto de Formación Docente donde yo trabajaba. Ella era Asesora de la Rama y yo, equivocadamente regente en ese lugar.
Luego de unos años la reencontré en un circuito de actualización pedagógica con carácter de postítulo que organizó la red federal de formación docente continua, pero cuyo desarrollo estuvo a cargo de Profesoras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la U.N.L.P. Nos volvimos a ver y fue tan gratificante para mí poder volver a estar en sus clases, a aprender de ella.
Hace unos años, siendo directora de un Instituto de Formación Docente, organicé una jornada a modo de cierre de las cursadas de los Profesorados para Educación Primaria e Inicial. El tema era “El estado actual de la Pedagogía” y Julia, la única conferencista. Fue magistral lo que nos enseñó a los profesores y a los alumnos en tan sólo un para de horas. 
En la ocasión sólo pude darle un abrazo, un beso, las muchísimas gracias y un ramo de flores. Aún me resulta conmovedor el recuerdo de la humildad y la alegría con que recibió las flores. Ella que tanto nos dio, sin embargo nos agradecía a nosotros.
Al tiempo logré que el INFOD aprobara (y financiara) un proyecto sobre revisión de las propias prácticas destinado a Profesores de Educación Superior. Se trataba de una capacitación al interior del Instituto. La invité y… ¡esta vez le pudimos pagar con platita del INFOD!
Nuevamente compartió con nosotros sabiduría, libros, visiones de su pensamiento y el nuestro. De todo cuanto nos planteó en esa oportunidad, a nosotros nos faltaba material sobre los Estudios Culturales. A pocas horas del encuentro Julia nos envió por correo electrónico abundante bibliografía sobre el tema, con la cual hice armar un cuadernillo para distribuir entre los Profesores.
Desconozco el destino que los demás le dieron a ese material, pero en lo personal puedo afirmar que es muy enriquecedor tanto para los chicos y chicas de 1° año del Profesorado en Historia como para mí. Utilizo el tiempo presente para expresar que “es muy enriquecedor” porque lo incorporé a la bibliografía que asigno como obligatoria y ahí permanece en mi proyecto de aula para la Perspectiva Filosófico Pedagógica I. Es posible que sea una ingenuidad no compartida pero sigo creyendo que deben formarse  docentes cuya actitud crítica no se base en oponerse porque da imagen de “progre”, sino porque se analiza sabiendo desde qué lugar se reproduce este o aquel conocimiento.
Cuando en 2008 se implementó un nuevo plan para los Profesorados de Educación Primaria e Inicial, algunos docentes reconocimos estar desorientados en algunos aspectos del diseño curricular. Entonces le pedimos a Julita que nos pusiera en órbita y ella nos dedicó varias horas reunidos en el Café de las Artes en La Plata, donde sostuvimos un diálogo tan franco como académico y clarificador. ¡Esa era Julita!
El último contacto que sostuvimos fue cuando Ella se mudó de City Bell a La Plata y me envío un correo contándomelo. Tardé en responderle y cuando lo hice…Julita ya no me pudo responderme.
Partió pero ¿cuál será su punto de llegada?
¿Dónde quedan los conocimientos, la pasión, la capacidad de amar, la actitud de entrega de sí mismo a una profesión pura y plena de humanismo, de los seres como Julita a los que no se les hacen reportajes por televisión, ni se les publican libros muy bien promocionados que se venden a buen precio de mercado?
Estos seres: esta Julita enorme que no dio clases en Universidades privadas, ni ocupó cargos de gestión bien pagados. En cambio le dedicó su vida profesional a la Universidad Nacional de La Plata, que escribió para sus alumnos y para los colegas que quisieron leerla, que ofreció su tiempo, sus conocimientos, sus horas de lecturas, sus reflexiones.
¿Cuál es entonces el punto de llegada de todo cuanto dedicó y todo cuanto ofreció?
Estoy convencida que  ese punto esté en nosotros mismo, los destinatarios de Julita, sus alumnos, los que aprendimos tanto de ella y con ella. Por eso me he puesto a escribir…

1 comentario:

  1. Gracias por compartir tu recuerdo tan pleno de afecto y admiración. No le va a gustar a ella que lo diga pero... Se lo merece.

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