martes, 10 de abril de 2012

La historicidad de los sujetos pedagógicos.



            Es la Pedagogía una ciencia social, cuyo objeto de estudio es la educación de las mujeres y los hombres, de todas las culturas.  
            Cuando decimos “cultura” hacemos referencia a un concepto intrínsecamente ligado a la condición humana que incluye una multiplicidad de aspectos entre los que podemos citar las fuerzas materiales de producción, los conocimientos de todo tipo, desde los más simples y elementales hasta los más elaborados y académicos, los atravesamientos ideológicos  con que se configuran las representaciones de la realidad, en suma todo aquellos que los seres humanos producen, inventan, transforman.
            Al concepto de cultura, así concebido le es propia una relación dialéctica con la educación, por ser ésta el vehículo a través del cual se perpetúa en el tiempo, se conserva pasando de generación en generación, a la vez que se modifica  por las acciones transformadoras de los propios sujetos.
             Esta relación entre cultura y educación por ser inherente a la condición humana, al punto de exclusividad y reciprocidad, es constructora de subjetividades.
            Tanto las acciones educativas, como las producciones culturales son objetos de reflexión, mediante los cuales los sujetos se piensan a sí mismos. Nosotros vamos a trabajar en esta clase las reflexiones sobre la educación en contextos histórico-culturales. Es decir vamos a penetrar en un espacio pedagógico.
            Estas cuestiones: la educación, la cultura, la Pedagogía mantienen una relación de construcción simultánea, sin la cual ninguna de ellas tendría sentido, presencia, ni permanencia en las sociedades   a través de los tiempos.
Desde las primeras agrupaciones de todas las etnias, la educación ha sido un componente de las tramas sociales, ligado a cuestiones de supervivencia, conservación de la especie, transmisión y transformación de cultura. La Pedagogía también.
            En el plano individual, la educación comienza con cada uno, desde el nacimiento, y se constituye en un proceso continuo y dinámico en la historia de cada vida. Las acciones educativas  ocurren permanentemente en el devenir de cada ser humano y sus relaciones con los otros, en un entorno sin el cual nunca alcanzaría a desarrollar su subjetividad. Las reflexiones  pedagógicas también.
            Leemos en una antigua Historia de la Pedagogía:
pocos asuntos han provocado, como la educación, el esfuerzo del pensamiento humano…Débese esto, en primer lugar a que las cuestiones de educación, que con cada generación se renuevan, ejercen sobre los espíritus una atracción irresistible y sin cesar renaciente. Depende también de que basta ser padre para sentir aficiones a la pedagogía.[1]  
            Esta referencia a la paternidad, ligada a las preocupaciones por la educación, nos remonta a todos los grupos humanos, hasta los más primitivos y a todos los padres, aún los que participan de formas culturales restringidas.
            Desde siempre, sobrellevar  la vida ha implicado acciones educativas, y reflexiones sobre ellas. Por eso se puede afirmar que la educación y la Pedagogía han existido desde las primeras manifestaciones de vida humana sobre el planeta.
            No obstante la Pedagogía ha desarrollado una evolución tal, que hoy fue posible  iniciar esta clase, con la afirmación: “La pedagogía es una ciencia social”. No siempre fue así:
“La pedagogía como ciencia surge después de un largo proceso de desarrollo, pasando de experiencias cotidianas, de opiniones aisladas acerca de la educación, a acabados sistemas pedagógicos.” [2]
           
            En la antigüedad, signada por el modo de producción esclavista, las experiencias y los criterios sobre la educación  reflejaban las visiones filosóficas de la época, sin alcanzar la categoría de generalizaciones científicas.
Con el advenimiento de nuevas formas de producción, como el feudalismo, pero sobre todo del capitalismo, la organización de la vida social, el desenvolvimiento histórico, el ejercicio del poder de los sectores gobernantes, impusieron la necesidad de conocimientos más profundos y sistematizados sobre la educación.
Hemos dejado establecido en clases anteriores que mediante la convivencia social, y los procesos educativos que se generan en ella, se va construyendo el sujeto. Hemos analizado que el sujeto es pasible de múltiples polos identitarios que lo van configurando como un sujeto social a la vez que como un sujeto de la educación, es decir como un sujeto pedagógico.
Nuestro trabajo en esta clase es atender la evolución histórica del sujeto pedagógico. Para ello necesitamos un supuesto básico, que vamos a encontrar en la cita de Ricardo Nassif, un clásico de la Pedagogía argentina:

“Toda nuestra vida es el fruto de un permanente contacto de nuestra subjetividad con las influencias exteriores que rechazamos, aceptamos o transformamos, pero que nunca están ausentes, sino muy presentes y en forma concreta y real.
La educación es también una realidad en la vida de las comunidades. Para comprenderlo es preciso apelar al sentido de lo real. En su acepción más amplia real es lo inserto en el espacio y en el tiempo; lo que está en el espacio y se desenvuelve en el tiempo” [3]

            Instalado este supuesto se comprenderá que la  construcción de los sujetos pedagógicos ha ido variando con el devenir del tiempo y los espacios diversos.
            Si nos remontamos a la antigüedad, a partir de nuestra tradición greco-romana nos encontraremos con diferencias en las concepciones antropológicas, en la construcción de los sujetos pedagógicos y por ende en la educación entre los espartanos,   los atenienses, los romanos y los cristianos.
            Si bien en términos muy amplios se hace referencia a sujetos pedagógicos ideales éstos no son más que una respuesta generada desde discursos hegemónicos. Así se habla en el caso de Grecia del hombre sabio, en el de Roma del hombre práctico, en el caso del cristianismo del hombre santo y en el caso de la Modernidad del hombre racional. Si nos introducimos en la temática, bastarán unas pocas lecturas para darnos cuenta de la existencia de diferencias al interior de estas sociedades, dadas por sus estructuras, cambiantes además con el devenir de los tiempos. 
            Veamos Grecia, comenzando por Esparta, donde el fin primordial de la educación era la formación del hombre guerrero, nunca considerado individualmente, pues sólo tenía sentido dentro  de la comunidad. Poseían el hábito de la obediencia hacia las leyes y el respeto a los mayores, lo cual proporcionaba a la comunidad una fuerte unificación interna. Las prácticas educativas estaban a cargo del estado exclusivamente, que la impartía de acuerdo a una concepción antropológica según la cual todos los hombres eran iguales, sin distinción de clases pues todos tenían los mismos derechos, debían llevar la misma vida sin importar la fortuna de que dispusiera su familia, porque de todos la polis esperaba los mismos servicios. En este sentido de la igualdad se incluía a las mujeres, que eran educadas para hacer de ellas seres robustos para procrear hijos sanos y fuertes y anteponer la patria a sus hijos  o maridos. Tanto los hombres como las mujeres colaboraban  íntegramente al engrandecimiento de la polis.
            En Atenas en cambio, la educación tuvo por finalidad la formación del ciudadano, su carácter social y político, atendiendo a la vez a la “persona”. Trataron de formar al individuo en sí mismo, pero fiel al estado. Por tal motivo es que el ideal de la educación ateniense fue la armonía entre la bondad y la belleza, la virtud como un ir de camino hacia la verdad.
            No obstante, en el caso de Atenas no puede hablarse de “los iguales” como se llamaban entre sí los espartanos, pues la sociedad estaba dividida en estamentos económicamente determinados, que  establecían diferencias en el acceso a la educación. Mientras los hijos de artesanos sólo aprendían las nociones básicas de lectura, escritura y cálculo, los hijos de las clases acomodadas podían dedicarse a una completa educación  del cuerpo y el espíritu. Dicho esto sin descuidar que estamos tratando la educación de sociedades con esclavos, desposeídos hasta de la condición humana. En Esparta, por ejemplo, los jóvenes como parte de su educación hacían ejercicios de caza que consistían en sorprender y matar esclavos. En Atenas aparece el pedagogo en la figura del esclavo que acompaña al niño a la escuela. Los esclavos estaban al servicio del resto de los estamentos sociales, en situaciones desventajosas y como es de suponer eran educados para tal estado de vida. Entonces no todos los griegos eran sujetos pedagógicos educados para ser hombres sabios.
            Veamos Roma, en la antigüedad. Una vez más comprobamos que los sujetos pedagógicos varían en su construcción  según los tiempos y los espacios, porque no podemos referir un tipo de acción educativa única en la Roma de la antigüedad. En la época de la República, hasta la conquista de Grecia (S.III antes de Cristo), los romanos se educaban en la familia, sustentado los valores de austeridad, seriedad, sentido del honor, la dignidad y la honradez en las relaciones con los demás. No tenían otros maestros que no fueran sus padres y la naturaleza. Cultivaban las virtudes prácticas en una rigurosa disciplina doméstica donde la autoridad del padre era absoluta  pues merecía ciega obediencia, y la figura materna ejercía fuerte influencia con un prestigio de matrona que imponía respeto. Se agregaba la influencia religiosa a la acción de la familia, lo que le otorgaba un hálito de moralidad.
            Los romanos iban del campo al Senado, fueron un pueblo de agricultores, legisladores, conquistadores  y colonizadores, que tenían un sentido de la educación personal y alejada de teorizaciones: pocas ideas pedagógicas y muchas acciones educativas, se aprendía en contacto con la realidad, por imitación a los padres y antepasados.
            El pueblo romano sentía el trabajo como algo necesario y hermoso, mientras que para los griegos el trabajo era algo deshonroso y propio de los esclavos.
            A partir de la conquista de Grecia, en la época de los emperadores dominaron las influencias atenienses con una marcada tendencia hacia la literatura, las artes en general y la oratoria. Se abrieron las primeras escuelas (fines del tercer milenio a. C.); no perduraron las costumbres primitivas, los rectores y los filósofos se convirtieron en maestros; los padres dejaron de educar a sus hijos e imitando a los atenienses los entregaban a esclavos  que hacían las veces de pedagogos. Esto nos indica que Roma fue también una sociedad esclavista, lo cual es decir que en sus concepciones antropológicas, sustento de la construcción de subjetividades, hay desigualdades entre los hombres, hay ciudadanos y esclavos.
            Si bien la construcción de los sujetos pedagógicos variaba en Roma respecto de la posición social, el ejercicio del poder  y la época existió una concepción generalizada de hombre práctico, aún con las diferenciaciones que hemos analizado.
            Frente a los modelos antropológicos/pedagógicos de griegos y romanos en la antigüedad, el cristianismo introdujo nuevos elementos en la conciencia impulsando la educación moral de los hombres, a los que sumó la idea de igualdad y el espíritu de la caridad. La construcción del sujeto cristiano se basó en las enseñanzas de su profeta  mayor: Jesucristo, considerado hijo de un dios único.
            Esta idea de dios se diferencia de los dioses humanizados del paganismo, del dios intelectualizado de Aristóteles o del dios de la alianza judía.
            El cristianismo instala la idea del “prójimo” con el cual se establecen relaciones de igualdad, y el concepto del  “sí mismo” que mediante el libre albedrío construye su dignidad individual.
            Según la doctrina cristiana, los aspectos materiales sujetaban a los hombres a la sociedad por eso  como súbditos de un tirano, debían someterse  y como ciudadanos de una república debían dar la vida por ella; pero en cuestiones del alma eran libres, sujetos sólo a su Dios. A partir de estas concepciones de hombre, su educación giraba en torno a la formación de la persona humana, con un destino común para todos.
            “Todos se  consideraban iguales ante Dios”, es un aspecto relevante del cristianismo de los primeros tiempos, dado que en un mundo de desigualdades sacaba a pobres, esclavos y desheredados de su miserable condición para prometerles una vida  eterna en un paraíso celestial, y una vida terrenal en la cual todos podían acceder a la misma instrucción, a la libertad y a la justicia.
           
            La Edad media comienza con la caída del Imperio Romano, sin embargo en lo que a educación se refiere no se habla de cambio en el momento mismo de la desmembración del Imperio. El cambio puede colocarse antes o después. Si lo reconocemos anterior, entonces la Edad Media para la educación  es coincidente con el surgimiento de las escuelas monásticas.
            Los monasterios se constituyeron en centros de refugio de la cultura existente, soportaron las invasiones bárbaras, mantuvieron la tradición y el legado cristiano  hasta la llegada de  Alcuino y las escuelas carolingias.
            Si reconocemos el cambio después de la caída del Imperio, éste está signado por la llegada del monje Alcuino, bajo las órdenes de Carlomagno.
            La figura de Carlomagno es relevante para la educación en la Edad Media pues produce una unificación de la tradición romana-cristiana con las nuevas instituciones bárbaras. Convencido de la importancia de la educación empieza por reformar la escuela de palacio, bajo las órdenes del monje Alcuino. Quiere que los príncipes y nobles que frecuentan la escuela reciban una verdadera formación literaria. Además, decreta en el año 789 que los curas párrocos  instruyan en las escuelas parroquiales a todos los niños de la parroquia, sean nobles o plebeyos. También insiste en que en las escuelas episcopales, destinadas a la preparación de sacerdotes, se les instruya convenientemente.
            Las escuelas han tomado una nueva vertiente y la educación dejó de  estar monopolizada por los monasterios (escuelas monacales)
Entre los Siglos IX y XIII aparecen y se desarrollan las organizaciones universitarias.            Alcuino  establece el programa de las escuelas a partir de las siete artes liberales, dividiendo las enseñanzas en el trivio: gramática, dialéctica y retórica; y el cuadrivio: aritmética, geometría, música y astronomía.
            En la práctica las enseñanzas del trivio predominaron sobre las del cuadrivio, de modo que las materias científicas tuvieron durante la edad media siempre un carácter marginal.
            La educación medieval puso de manifiesto una profunda fe en los valores  del espíritu, concibió la educación como un proceso interior que el educador ayuda a descubrir  y desarrollar. La disciplina se concibió como un medio de perfeccionamiento moral. La enseñanza era formal, pasiva, mecánica y dogmática. La finalidad  fue purificar el espíritu, alejar a los niños de la cultura pagana, elevar el espíritu a Dios mediante la meditación, la oración, las prácticas del culto, las virtudes teologales.
            La individualidad cayó en el olvido, supeditada a la concepción teocéntrica del mundo y la vida. La vida como tal no importaba, ya que lo fundamental era el Reino Eterno. Sobre el hombre común medieval se ejercía una influencia ideológica tal que no le importaba su situación temporal  porque esperaba su recompensa, no temía sufrir porque sería recompensado con la vida eterna en un paraíso celestial.
            La perfección cristiana fue el objetivo general de la educación. A diferencia de la paideia griega que buscaba la perfección del sujeto mediante la educación, la educación medieval masificaba en virtud del teocentrismo, teniendo como finalidad última el sentido ético-religioso de la vida.
            La construcción social del sujeto pedagógico del medioevo estuvo impregnada del principio de autoridad, nunca sometido a juicio crítico. La autoridad no provenía del profesor que impartía el conocimiento, éste era solamente un representante del Cristo, el único maestro. Entonces la función docente se limitaba a ser un intermediario entre la cultura  y el aprendizaje de los alumnos, un simple “lector” que podía esclarecer las ideas pero siempre atento a la verdad revelada. La enseñanza era verbalista y memorística; negación del razonamiento y la creatividad

En la Edad Media existía la concepción del conocimiento como revelación de Dios a los hombres

            Si bien en el medioevo hubo una primera etapa cerrada a toda innovación, también hubo una segunda etapa en la que intervinieron las escuelas catedralicias y palatinas,  que generaron modificaciones en las concepciones y prácticas educativas, y aún una tercera etapa en que florecieron las universidades, que impulsaron la crítica personal y la creatividad. Lo dicho marca una evolución en que la construcción de la subjetividad se fue abriendo a logros culturales que iniciaron un rescate del intelectualismo y el esteticismo clásico.
            Como expresión de este proceso de cambios, se comienza a desarrollar en Europa  una etapa de transición  a la se llamó Renacimiento. Se la considera una bisagra entre el medioevo y la modernidad. “Fue una especie de revolución intelectual”, según lo expresan Alberto Malet y  J. Isaac[4]. Esta revolución estuvo a cargo de los humanistas dedicados al estudio de los grandes escritores de la Antigüedad. Los humanistas fueron escritores que se esforzaron en imitar a los antiguos maestros en la forma y en el espíritu, coleccionistas que recuperaron textos perdidos durante la Edad Media y profesores que desarrollaron un espíritu nuevo, de libre investigación y de libre examen, germen del espíritu moderno.
            El Renacimiento no fue sólo un movimiento literario, sino también artístico en general, notorio en las artes plásticas, en la escultura y en la música. En cuanto al trabajo científico marcó la vuelta a los métodos de observación y experiencia  sobre cuya base se creó la ciencia moderna.
            En el S. XVII Descartes (1596-1650) gestó una corriente racionalista centrada en el cogito o pensamiento que prioriza al sujeto en tanto sujeto pensante.
El antropocentrismo reemplazó al teocentrismo medieval,  se configuraron los Estados como esferas  políticas autónomas de toda influencia divina, la ciencia es concebida como saber emergente del proceso de secularización de la cultura, los descubrimientos geográficos ensancharon el planeta. Es clara y precisa la expresión de Pérez Tapia: “¡Quedaba tanto por hacer!  ¡Había tanto por conocer! Pero se contaba con el instrumento adecuado para ello: la razón.[5]
Resumiendo el pensamiento de Sara Jafella[6] puede decirse que el siglo XVIII es conocido como Siglo de las Luces, Ilustración o Iluminismo (Aufklárung), por cuanto sus principales pensadores consideraron que es la Razón del hombre la que promueve la búsqueda de la verdad y provoca la luz interior del conocimiento crítico. Los principios básicos de este movimiento filosófico y social tuvieron como centro a Francia en el campo de las ideas. Desde el punto de vista de los pensadores sociales, alcanza hegemonía el pensamiento de los filósofos ilustrados entre los cuales debemos indicar a los denominados Enciclopedistas, que emprendieron la pesada tarea de registrar y compendiar el desarrollo del conocimiento hasta esa época, bajo la dirección de Diderot (1713-1784) y D'Alambert (1717-1783). La Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios (1751-1766) iniciada por filósofos del Iluminismo francés, fue una obra de alto costo dado que tuvo varias interrupciones y no pudo ser concluida. Sin embargo, para algunos historiadores contribuyó al desenvolvimiento de ideas optimistas sobre el "progreso" de la Humanidad, expresadas en la historización de las creaciones culturales del hombre. Además de los aportes de los pensadores anteriormente nombrados, participaron en su redacción otras figuras destacadas como el alemán residente en París, Holbach (1723-1789). Diderot, además, se destacó por sus propuestas acerca de promover una educación elemental común a cargo del Estado republicano surgido de la Revolución de 1789- para todos los niños de Francia. Además, en 1762, asesoró a la reina Catalina de Rusia en un programa de educación para la juventud, patrocinado por el Estado.
            El movimiento de la Ilustración en Francia es considerado como hegemónico centro de irradiación de ideas de libertad e igualdad del hombre proclamadas por los ideólogos que contribuyeron a la puesta en marcha de la Revolución Francesa, en la que tuvo protagonismo la nueva clase social de la burguesía frente a los poderes hasta ese momento canónicos de la monarquía, la nobleza y el alto clero. Este movimiento filosófico, político y social dio los fundamentos a la denominada Modernidad que, en filosofía, se inaugura con el racionalismo de Descartes antes mencionado-. En el campo de las formaciones sociopolíticas, científicas y culturales se impone la concepción filosófica del racionalismo, es decir, la preeminencia de la Razón como eje rector de las acciones del hombre y el modo de organización de la sociedad.
            La Razón promueve una forma de nivelación de los hombres en la medida en que todos son iguales por su condición de sujetos racionales y por el ejercicio de tales facultades de conocimiento; por consiguiente, a todos por igual les correspondían los mismos derechos civiles sostenidos en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, expresada y sustentada por los revolucionarios de 1789. Además, se condena definitivamente la esclavitud proclamándose la libertad para todos los hombres. Por otra parte, la declaración de derechos igualitarios ejerció una posterior influencia sobre el ámbito educacional con la fundación de la denominada Escuela Moderna, que en Francia logró su completa implementación alrededor de mediados del siglo XIX, con la creación de las Escuelas Públicas a cargo del Estado.
Para abordar el tema de los sujetos pedagógicos de la Modernidad es necesario referirnos a Jean Jacques Rousseau, autor de una novela pedagógica titulada “Emilio o de la Educación” en el cual expone su pensamiento filosófico-educacional que podría condensarse en el siguiente enunciado: "no hay perversidad original en el pecho humano” [7], frase que se puede complementar con otra de mayor difusión histórica: "el hombre nace bueno; la sociedad lo pervierte". La primera parte alude a un hecho connatural al hombre, dado por considerar a la bondad como cualidad propia de la naturaleza humana. Para este pensador la educación verdadera está reñida con la sociedad; en cambio, evidencia un vínculo no explicitado entre "verdad" y "bondad" que caracteriza la naturaleza del hombre.
             La filosofía educacional propuesta por Rousseau sostiene como premisas indubitables el "naturalismo", la "libertad" y la "actividad" del niño; porque éste no es "un hombre en pequeño" sino un sujeto con características propias e intransferibles a la condición del sujeto adulto.  Es por estas convicciones que se reconoce a Rousseau como el introductor de la idea de “infancia” como categoría pedagógica propia de la Modernidad.
            Las actividades educacionales deben dirigirse a alcanzar la verdadera formación del sujeto, sin las perversiones que ofrece la organización sociopolítica de los hombres. La educación debe centrarse sobre el niño (antecedente de un movimiento posterior denominado paidocentrismo), para que éste alcance su pleno desenvolvimiento natural. El niño es el gran soberano, es decir, quien tiene todas las prerrogativas y a cuya formación y desarrollo natural deben dirigirse los esfuerzos de los adultos.
            Del texto de Jafella se infiere que Rousseau instaló en el campo de la reflexión educativa, el concepto de Infancia, que contiene en sí la configuración básica de los sujetos pedagógicos de la Modernidad.
            El objetivo aquí no es analizar con detenimiento el pensamiento de Rousseau, sumamente valioso tanto desde el punto de vista del Derecho, como sociológico, psicológico (se lo considera el iniciador de la psicología genética) y pedagógico (se encuentran en él las primeras expresiones de la escuela activa, derivadas de su concepto de infancia) pero es pertinente confrontar su propuesta de una educación individual aislada del contexto social, con un Emilio llevado al campo en compañía de su preceptor para que crezca y se eduque en contacto con la naturaleza, con la idea republicana de Diderot de instalar en el seno de la sociedad una red social de escuelas públicas, orientado hacia la democratización de la enseñanza.
            De esta confrontación son deducibles las características del sujeto pedagógico de la Modernidad: un sujeto de derecho, escolarizado, considerado en sus rasgos etarios, cuya herramienta fundamental es la razón.
            El sujeto pedagógico de la Modernidad “va a la escuela”, institución organizada desde los Estados Nacionales para garantizarse su formación como ciudadanos que se integren a la sociedad  en concordancia con las líneas políticas propulsadas desde el ejercicio del poder.
            No obstante las intencionalidades educativas del poder, siempre chocan contra la racionalidad, cualidad propiamente humana desde la cual emergen fatalmente las contracorrientes, los desacuerdos, las argumentaciones, las vanguardias, en suma los cambios que producen los desplazamientos de una hegemonía hacia otra y van marcando el devenir de la historia.

Conclusiones:
-La vida en comunidad, los intercambios culturales, las acciones educativas  ejercidas entre las personas, van configurando su subjetividad.

-Los sujetos sociales son a la vez sujetos pedagógicos. Cada sociedad, con su cultura situada en un tiempo y en un espacio determinado construye a los sujetos según su estructura, sus ideologías, sus creencias, sus formas específicas de buscar, obtener y utilizar todo tipo de conocimientos.

-Inmersos e interactuando en la forma cultural de la comunidad en que vive, cada sujeto se construye a sí mismo.

-La construcción de la subjetividad  no es una elaboración universalmente válida ni uniformemente lograda.  Es el producto de una dialéctica entre el sujeto y su tiempo, entre el yo y los otros.

-Por las cuestiones señaladas los sujetos pedagógicos son históricos.

Bibliografía:

Sarramona, J y Salomó, M. ¿Qué es la Pedagogía? Barcelona, CEAC, 1985

Ferrandez, A y Sarramona, J. La educación. Constantes y problemática actual, Barce    lona, CEAC, 1985

Compayré, Gabriel. Historia de La Pedagogía.  París/México, Librería de la Vda de Ch. Bouret. 1914. Versión castellana de Carlos Roumagnac.

Trabajo colectivo de especialistas del Ministerio de Educación de Cuba  bajo la dirección del Instituto central de Ciencias Pedagógicas. Pedagogía, La Habana, Editorial Pueblo y Educación  2da. Edición 1989

Nassif. R. Pedagogía General, Bs. As. ,Kapelusz, 1958 [pp.9]

Malet, A. e Isaac, J. Los Tiempos Modernos, Bs. As. Librería hachette S.A. 1959

Pérez Tapia. Claves para una educación democrática. Madrid, Ad. Anaya, 1996

Rousseau, J. J. Emilio o De la Educación, Bs. As. Ediciones Saflan , 1950

Jafella, S. Travesías Filosóficas y Sociales de la Escuela Nueva en Europa y Estados Unidos, Ediciones Al Morgan, 2006

Filmus, D. Estado, sociedad y educación en la Argentina de fin de siglo, procesos y desafíos, Bs. As. Ed. Troquel, 1999.

Pineau, P.Lla escuela como máquina de educar, Bs. As. Paidós, 2001
 
Barbero, J. Jóvenes,:comunicación e identidad en El pensar Iberoamérica, Revista de cultura, año 0, febrero de 2002


[1] Compayré, Gabriel. Historia de La Pedagogía.  París/México, Librería de la Vda de Ch. Bouret. 1914. Versión castellana de Carlos Roumagnac.
[2] Trabajo colectivo de especialistas del Ministerio de Educación de Cuba  bajo la dirección del Instituto central de Ciencias Pedagógicas. Pedagogía, La Habana, Editorial Pueblo y Educación  2da. Edición 1989
[3] Nassif. R. Pedagogía general, Bs. As. ,Kapelusz, 1958 [pp.9]
[4] Malet, A e Isaac, J. Los Tiempos Modernos, Bs. As. Librería Hachette S.A. 1959
[5] Pérez Tapia. Claves para una educación democrática, Madrid, Anaya , 1996
[6] Jafella,, S. Travesías Filosóficas y  Sociales de la Escuela Nueva en Europa y Estados Unidos, La Plata, Ediciones Al Morgan, 2006
[7] Rousseau, Jean Jacques (1950). Emilio o De la educación, Buenos Aires, Ediciones Safian, p. 50.

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